
Tema central
El Estado como actor en las relaciones internacionales: Una visión desde el realismo
The State as an Actor in International Relations: A View from Realism
1. Doctora en Estudios Latinoamericanos. Magíster en Relaciones Internacionales, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Sede Ibarra. eaandrade1@pucesi.edu.ec.
Recibido: 30 de agosto de 2023. Revisado: 16 de febrero de 2024. Aceptado: 26 de septiembre de 2024
https://doi.org/10.32719/26312549.2023.23.5
Para citar este artículo: Andrade, Alfonsina. “El Estado como actor en las relaciones internacionales: Una visión desde el realismo”. Comentario Internacional 23 (2024): 109-26.
Resumen
El objetivo del presente artículo es analizar al Estado como actor en la teoría del realismo de las relaciones internacionales. En un primer momento se examina el concepto de Estado desde una perspectiva histórica, para lograr entender su dinamismo. Luego se observa el papel del Estado como actor internacional dentro de la teoría realista, contrastando los planteamientos teóricos con ejemplos de conflictos y situaciones actuales en el campo de las relaciones internacionales. Finalmente se sugiere que, a pesar de que el realismo clásico tuvo su apogeo luego de la Segunda Guerra Mundial y hasta los años 70, varias décadas después, sucesos como la caída de las Torres Gemelas, la influencia de China en el mundo y la guerra entre Rusia y Ucrania nos llevan a entender que la lucha por el poder y la influencia siguen haciendo de los Estados los actores fundamentales del sistema internacional.
Palabras clave: Estado, guerra, poder político, realismo clásico, sistema internacional
Abstract
The aim of this article is to analyze the state as an actor in the realist theory of international relations. First, an analysis of the concept of state is made from a historical perspective that allows us to understand the dynamism of the concept. Then the analysis of the role of the state within the realistic theory is carried out comparing its theoretical approaches with current examples of international relations. Finally, it is suggested that, despite the fact that the heyday of realist theory occurred after the Second World War and until the 1970s, the fall of the Twin Towers, the advance of China’s influence in the world and the war between Russia and Ukraine lead us to understand that the struggle for power and influence continue to make states the key players in the international system.
Keywords: state, war, political power, classical realism, international system
Introducción
En el campo de las teorías de las relaciones internacionales existen diversos debates epistemológicos, ontológicos y metodológicos, algunos de los cuales, incluso, ponen en entredicho su calidad de teoría. Una de estas disputas trata acerca del papel que ha cumplido y/o cumple el Estado dentro del sistema internacional. Dicho de otra manera, existen desacuerdos acerca de qué importancia tiene el Estado en el campo de la política internacional y, por tanto, de las relaciones internacionales.
Para algunas teorías (por ejemplo, el realismo), “las relaciones internacionales se refieren a relaciones diplomático-estratégicas de los Estados, y el enfoque característico de esta disciplina está en temas tales como la guerra, la paz, el conflicto y la cooperación”.1 Según esta definición, el Estado sería un actor preponderante dentro de las relaciones internacionales, lo que por ende limita la posibilidad de que otros actores disputen su primacía en el sistema internacional. Posiciones diferentes a la anterior (por ejemplo, el institucionalismo o las teorías críticas) argumentan que “las relaciones internacionales tratan sobre las transacciones transfronterizas de todo tipo, así como sobre las negociaciones comerciales o el funcionamiento de instituciones no estatales, tales como Amnistía Internacional con motivo de las conversaciones de paz convencionales o Naciones Unidas”.2 Como se puede observar, esta definición da otro panorama, pues permite deducir que los Estados ya no son los principales actores de las relaciones internacionales, sino uno de los varios actores existentes en el escenario.
El presente artículo plantea aportar al debate teórico, desde el enfoque realista, ensayando una réplica a esta pregunta: ¿qué importancia tiene el Estado como actor en las relaciones internacionales del siglo XXI? Responder no siempre es fácil pese a su relevancia, pues los Estados a través del tiempo han sido piezas fundamentales en las relaciones político-económicas que se dan en el sistema internacional, incluso si en algunos contextos o bajo determinadas circunstancias cumplen un papel secundario frente a organizaciones supranacionales o frente a grupos que disputan su poder al interior de su territorio.
Definiendo el Estado
Se puede afirmar que “el Estado es uno de los conceptos más dinámicos dentro de las ciencias sociales, pues no existe un solo concepto al que la palabra Estado haya respondido”.3 Esto se debe a que “no hay un modelo único de Estado, así los hay grandes y pequeños, laicos, religiosos, influyentes o no”.4 Además, “ningún Estado dispone del mismo poder a nivel mundial, poder dentro de su territorio y poder en la arena internacional”.5 Así, un Estado puede proyectar gran poder al interior de su territorio, pero no proyectarlo frente a otras naciones.
Sin embargo, a pesar de que no exista un consenso —no solo dentro de la teoría política, sino también de la teoría jurídica y, por supuesto, dentro de las relaciones internacionales—, en diferentes momentos históricos han existido definiciones y conceptos del Estado que han tenido cierta aceptación entre los teóricos y académicos de las ciencias sociales, por responder al contexto en el que se desarrollaron.
Entre finales del siglo XVI e inicios del XVII, se desarrollan discusiones en las cuales toman preeminencia, el Estado, lo estatal y los poderes del Estado. Se entiende al Estado “como un tipo específico de unión o asociación civil o una comunidad de personas que viven bajo la autoridad soberana de un monarca o grupo gobernante conocido. Esta asociación civil era llamada por otros como reino o nación, pero más se usaba el término de cuerpo político (con una cabeza soberana a la que obedecer)”.6 Por lo tanto, la definición, si se la analiza desde una perspectiva más moderna, se refiere no tanto a lo que llamamos “Estado”, sino a lo que Michael Mann7 llama “sociedad civil”.
En esa misma época, también se llamaba “Estado” a la posición del monarca; es decir, era un sinónimo de estatus, con lo cual hay una íntima relación entre Estado y clase social. Dicha concepción también fue tomada por los anatomistas políticos, que analizaban lo que llamaban “Estados populares”, gobernados por asambleas legislativas en las que las personas eran representadas según sus diferentes rangos.8 Este pensamiento tiene una estrecha similitud a lo que sostienen los marxistas cuando definen al Estado como “el concepto que se aplica a los medios concentrados y organizados de dominación legitimada de clase”.9
En el siglo XVIII comienza a extenderse la teoría del “Estado como persona ficticia”, que había sido planteada por Thomas Hobbes en su Leviatán, el siglo anterior. Hobbes afirma que el Estado es un gran Leviatán, “un hombre artificial, aunque de mayor estatura y robustez que el natural para cuya protección y defensa fue instituido”.10 Por ello, se considera a la paz y a la defensa común como fines del Estado. El titular de este poder es el soberano, quien puede alcanzarlo por fuerza natural, por actos de guerra o por un acuerdo de los hombres. Con esto tenemos un primer acercamiento a la teoría realista clásica: al considerar al Estado como una persona artificial, Hobbes lo dota de las mismas características de la naturaleza humana, lo que permite comprender la razón por la cual los conflictos son naturales a los Estados.
El soberano, para Hobbes, desempeña un papel artificial al hablar y actuar en nombre de otros, de modo que sus acciones no se le atribuyen a él, sino a aquellos a quienes representa. Se forma un pacto entre cada uno de los individuos de la multitud,11 en el cual “el pueblo se somete ante un poder soberano con la convicción que de esta manera la vida será más pacífica; por ende, uno de los deberes inherentes al soberano será el de mantener la paz y la seguridad del pueblo”.12 Se puede afirmar que, en las democracias actuales, se mantiene este pacto entre el soberano y sus súbditos, y que se reafirma en los comicios electorales. Así, cuando los ciudadanos van a las urnas a elegir a sus representantes, con su presencia y su voto autorizan a una o varias personas a actuar en su nombre. Sin embargo, en algunas democracias hay actores internos y externos que vulneran y desnaturalizan ese pacto, de modo que el pueblo debe someterse a un poder con el que no ha pactado13 y los Estados no logran mantener la paz y la seguridad. Este punto se clarificará más adelante, cuando se haga referencia a los nuevos actores del sistema nacional e internacional en el siglo XXI.
En el siglo XX, L. T. Hobhouse establece que el Estado no es más que el nombre de una organización gubernamental, y que al hablar de los “poderes del Estado” nos referimos simplemente a los actos de gobierno.14 Esta posición es compartida por Harold Laski, quien, aunque manifiesta la importancia del Estado como objeto de análisis, considera que no es más que el sistema legal y el poder ejecutivo imperantes, junto al aparato burocrático y la fuerza coercitiva asociados.15 Así, se define al Estado únicamente en relación con sus funciones estatales, las cuales suelen encontrarse establecidas en la carta magna de cada país.
Para la segunda mitad del siglo XX, se lo define como un aparato establecido de gobierno, concepción con cierto acercamiento a Weber,16 lo que ha llevado a que hasta la actualidad sea común la utilización de Estado y Gobierno como sinónimos. Esta conceptualización es refutada por politólogos como Sebastián Mazzuca, quien indica que “la mejor manera de entender al Estado es como una acumulación de recursos y al Gobierno, como un grupo de actores”.17 Aun así, hay analistas políticos y jurídicos que no hacen esta distinción.
A pesar del dinamismo que ha tenido el concepto de Estado a través de los siglos, en el plano de las relaciones internacionales, la definición más difundida y la que se considera más adecuada a la presente investigación es la que nos propone Max Weber, quien manifiesta que “llamamos ‘Estado’ a una organización de carácter institucional permanente y de carácter político si y en la medida en que su aparato administrativo se vale con éxito del monopolio de la acción física legítima para el cumplimiento del ordenamiento”.18 Esto significa que, dentro de un territorio, el uso de la fuerza por parte de cualquier otro grupo o institución se considera ilegítima.
El Estado moderno tiene tres elementos constitutivos: territorio, población y Gobierno; este último, con autoridad para gobernar sobre los otros dos. En el Tratado de Westfalia de 1638 se definieron, entre otras cosas, los principios de la soberanía nacional.19 Como afirma Morgenthau,
la soberanía asume la autoridad legal suprema de una nación para aprobar leyes y hacerlas cumplir dentro de un territorio determinado y, como consecuencia, la independencia de la autoridad de cualquier otra nación y la igualdad con el mismo de conformidad con el derecho internacional.20
Esta afirmación de Morgenthau se refleja también en el art. 1 de la Convención de Montevideo de 1933, que manifiesta: “El Estado como persona de derecho internacional debe reunir los siguientes requisitos: 1. población permanente; 2. territorio determinado; 3. Gobierno; y 4. capacidad de entrar en relaciones con los demás Estados”.21 Por ello, dentro de un Estado soberano, es el Gobierno de turno el que, con la potestad entregada por medio del mandato popular, se encarga de expedir la normativa legal y la política pública que van a regir sus relaciones tanto domésticas como internacionales. Sin embargo, en el panorama internacional actual, existen Estados que lideran la palestra internacional y otros que ante cierta condición de vulnerabilidad acatan las políticas internacionales y, con base en ellas, adaptan tanto su normativa legal como de política pública a fin de conseguir cierto tipo de beneficios.
El realismo y el Estado
Para fines del presente artículo, cuyo fundamento teórico se encuentra en la teoría realista, se considera que el objetivo de las relaciones internacionales es explicar la forma en que interactúan los diferentes actores del sistema internacional, relaciones que pueden ser de diferente tipo —por ejemplo, económicas, políticas, culturales…—, así como de carácter amistoso, hostil, etc. Para Dougherty y Pfaltzgraff, “se considera como el problema central de las relaciones internacionales el de impedir la guerra, mientras que, al mismo tiempo, se les permite a las sociedades preservar sus valores más caros y mejores”.22 Es decir, el sistema internacional se encuentra en permanente conflicto y el objetivo de las relaciones internacionales es impedir una escalada de la violencia entre los diferentes actores. En este sentido se entiende que el estado natural del sistema internacional sea la guerra.
La teoría realista de las relaciones internacionales comenzó a desarrollarse en el siglo V a. C., en la antigua Grecia, con el historiador griego Tucídides. Encontró representantes en varios otros períodos históricos de la humanidad, pero no sería hasta luego de la Segunda Guerra Mundial que esta teoría tendría su apogeo, que se extendió hasta los años 70, cuando entró en crisis para retomar su importancia a partir de la caída de las Torres Gemelas en 2001.
“[S]u preocupación teórica es la naturaleza humana tal como es, y por el proceso histórico tal y como ha tenido lugar”, indica Morgenthau.23 Metodológicamente, añade, el modo en que una teoría debe validarse necesita ser empírico y pragmático antes que apriorístico y abstracto. En otras palabras, “no puede ser juzgada mediante nociones abstractas, sino por que sus conceptos se encuentren ligados a la realidad, de manera que aporten orden y significado a una masa de fenómenos que, sin ella, permanecerán desasidos e ininteligibles”.24 El realismo clásico establece que “la política está gobernada por leyes objetivas que tienen sus raíces en la naturaleza humana”.25 Así, lo político como contexto central y el proceso de las relaciones internacionales se establecen bajo relaciones de autoridad y dominio del hombre, y se conectan de manera muy cercana con la geopolítica. Por tal motivo, la teoría realista de la política internacional permite echar luz sobre las concepciones de la naturaleza del hombre, la sociedad y la política, a partir de una serie de precedentes históricos más que de principios abstractos. Es la naturaleza humana, entonces, la que a través de los Estados configura las relaciones interestatales y el escenario internacional.
Para esta teoría, los actores o agentes clave son los Estados. No obstante, deja abierta la posibilidad de que en un futuro puedan ser reemplazados por unidades mayores y de distinto carácter, acorde a las exigencias del mundo. Esta visión del realismo ha sido fuertemente criticada, pues se considera que existen otros actores de importancia en la escena internacional. Por ejemplo, desde una perspectiva más moderna —la del realismo estructural—, se indica que “los Estados no han sido los únicos actores internacionales. Pero las estructuras no están definidas por todos los actores que florecen dentro de ella sino por los más importantes”,26 y en el sistema internacional estos actores son los Estados. Por este motivo, “una teoría que niegue el rol de los Estados solo será necesaria en el sentido que los actores no estatales se desarrollen hasta el punto de canalizar o superar los grandes poderes y no solo a unos cuantos poderes menores”.27 Esto no es algo que haya sucedido.
Desde esta perspectiva, organismos internacionales como las Naciones Unidas, la Organización de Estados Americanos e incluso la Unión Europea solo pueden ejercer control en el sistema internacional a partir de las facultades que los mismos Estados les han entregado. Este poder normalmente lo vemos reflejado en tratados y convenios internacionales, documentos que determinan cierto tipo de normas con las que, por medio de los organismos internacionales, los Estados logran consensos y beneficios mutuos; desde hace algunos años incluso se han enfocado en combatir problemas en común: uno de los más relevantes, por ejemplo, es la lucha contra el crimen organizado transnacional. Esto significa que, en caso de que los Estados consideren que las decisiones de estas instituciones no estén acorde a sus intereses, pueden retirarles las facultades dadas.
Así, en el año 2016, luego de un referéndum, Reino Unido abandonó su condición de Estado miembro de la Unión Europea, toda vez que, entre otros argumentos, se consideraba que su permanencia minaba su soberanía, principalmente en temas migratorios. No obstante, como indican Torrecuadrada y García, “no han perdido soberanía como consecuencia de su integración en la Unión, sino que con fundamento en su soberanía han cedido el ejercicio de algunas de sus competencias”.28 Se debe recordar que la participación de Reino Unido en la Unión Europea era tibia; por caso, no adoptó el euro, sino que mantuvo su propia moneda. Se evidencia de esta forma que, aunque haya otros actores importantes en el escenario internacional, serán los Estados los preponderantes y los que con sus acciones marquen el ritmo de las instituciones, así como de las relaciones internacionales.
Para entender mejor el ejemplo anterior, me remito a la teoría del realismo estructural, que afirma que la política internacional, a diferencia de la doméstica, parecería no tener orden ni organización: los sistemas políticos internacionales se hallan en relaciones de coordinación. Formalmente, ninguna de las naciones es igual a todas las demás, ninguna está autorizada a mandar y ninguna está obligada a obedecer.29 A diferencia de los sistemas domésticos, los sistemas internacionales son descentralizados y anárquicos. En tanto que en las estructuras políticas domésticas los principios ordenadores son las instituciones y los cargos gubernamentales, la estructura política internacional ha sido llamada “política en ausencia de un Gobierno”.30
No obstante esta aparente contradicción —una estructura organizada sin un ente organizador—, en ningún caso puede entenderse a la política internacional como un sistema caótico. Waltz manifiesta que las estructuras internacionales emergen de la coexistencia entre los Estados.31 Ningún Estado pretende participar de la formación de una estructura por la cual tanto él como otros se vean limitados. Este sistema, al igual que los mercados económicos, permite que sus unidades vivan, prosperen o mueran dependiendo de sus propios esfuerzos.
Por tal motivo, estos sistemas se forman y se mantienen a partir de un principio de autoayuda. Esto en ningún momento llega a significar la pérdida de soberanía de un Estado, como algunos autores mencionan, ni tampoco significa que los Estados dejan de ser los actores principales del sistema internacional. Decir que un Estado es soberano significa que “decide por sí solo cuál es la forma de enfrentarse con sus problemas internos y externos, incluyendo la de buscar o no la ayuda de otros y, al hacerlo, limita su libertad estableciendo compromisos con otros”.32 Escoge de esta manera el camino que tomará para satisfacer sus necesidades y deseos, y esa fue la decisión que tomó Reino Unido al salir de la Unión Europea.
Para la teoría realista, los Estados reflejan las características de la naturaleza humana, es decir, son agresivos y buscan poder y dominación. Al ser los Estados los actores principales del sistema internacional, cada uno de ellos, a través de sus acciones, establece estrategias que le aseguran su propia seguridad o supervivencia. Para encontrar su rumbo en el panorama de la política internacional, los Estados están impulsados por “interés definido en términos de poder”,33 sea este económico, militar, político y/u otro. Esto clarifica el hecho de que, dentro de este enfoque, los conceptos de Estado y poder se encuentren íntimamente relacionados; es difícil, por lo tanto, realizar un análisis, por pequeño que sea, en el que se pueda separar uno del otro. Este argumento se sustenta en las palabras de Hobbes, quien indica que
[e]l mayor de los poderes humanos es el que se integra con los poderes de varios hombres unidos por el consentimiento en una persona natural o civil; tal es el poder de un Estado; o el de un gran número de personas, cuyo ejercicio depende de las voluntades de las distintas personas particulares, como es el poder de una facción o de varias facciones coaligadas. Por consiguiente, tener siervos es poder; tener amigos es poder, porque son fuerzas unidas.34
Poder, para la Real Academia Española de la Lengua, es ‘tener expedita la facultad o potencia de hacer algo’. Es decir, el ejercicio del poder requiere la existencia de una facultad física, intelectual o legal para hacer algo que se quiere o se tiene que realizar. Así, Morgenthau afirma que el concepto de poder,
su contenido y el modo en que se usa están determinados por el entorno político y cultural. El poder puede consistir en cualquier cosa que establezca y mantenga el control del hombre sobre el hombre […], ya se trate de la circunstancia en que se halla disciplinado por fines morales y controlado por salvaguardas constitucionales, como sucede en las democracias occidentales, o de esa bárbara e indómita fuerza que encuentra sus leyes en su propia fortaleza y su única justificación en su engrandecimiento.35
El poder puede ejercerse mediante “órdenes, amenazas o carisma de un hombre o de un equipo de hombres (o por los Estados) o través de la combinación de cualquiera de estos factores”.36 Para el realismo clásico de Morgenthau, todos los Estados coexisten dentro de un sistema internacional en el cual, en tanto actores principales, transforman al mundo en un campo de batalla; cada uno de los competidores lucha por conseguir el poder.37 Este cubre todas relaciones sociales que se establezcan con este fin: desde la violencia física hasta los lazos psicológicos más sutiles por los que una mente humana controla a otra. En las naciones, el poder tiene cuatro dimensiones38 que deben distinguirse claramente:
Para Morgenthau es importante la diferenciación entre poder nacional y poder hacia el exterior: mientras el primero es entendido como las capacidades tangibles e intangibles de un Estado, el segundo se refiere a la influencia que este puede tener en el escenario internacional.39 Esto hace referencia a lo afirmado por Mann y señalado anteriormente, con respecto a que en el mundo no existe un único modelo de Estado ni estos pueden ejercer el mismo poder dentro y fuera de sus territorios.
El realismo estructural complementa este argumento, pues, en el plano internacional, todos los Estados son semejantes por las tareas a las que se enfrentan, pero no por sus capacidades para desarrollar estas actividades.40 Por tanto, la diferencia entre Estados está en la capacidad, mas no en la función que desempeñan. De este modo, están situados dentro del sistema internacional, pero de manera diferente según su poder. En este ordenamiento se abstraen todas las características de los Estados, salvo la referida a sus capacidades.
Esta es la manera en que se han venido desarrollando las relaciones entre Estados dentro del sistema internacional. Es evidente que, articulado al concepto de poder en todas sus dimensiones, se encuentra el concepto de seguridad. La definición clásica de seguridad proviene del latín securitas/securus, que deriva de sine cura, ‘sin cura, sin preocupaciones, sin problemas’.41 Estos problemas no solo se articulan al tema militar, sino también a lo económico, lo social, lo ambiental, etc. Sin embargo, en la política internacional y
desde la perspectiva realista, la defensa de la seguridad nacional generalmente se entiende en términos de los recursos a disposición del poder —principalmente militares—, y […] esta defensa usualmente se coloca en la cúspide de la escala de prioridades de los Estados-nación.42
Con el fin de la Guerra Fría, el aparecimiento y la complejización de nuevas amenazas, el concepto de seguridad ha evolucionado. Según Buzan, seguridad se entiende como “liberarse de la amenaza y ser capaz, bien sean los Estados o las sociedades, de mantener su independencia en lo que se refiere a su identidad, y a su integración funcional, frente a fuerzas de cambio consideradas hostiles”.43 A inicios del presente siglo, la aparición de amenazas a la seguridad, en el sentido militar, provocaron un resurgimiento de una política nacional e internacional “securitizada” y, por ende, fuertemente ligada al realismo.
La securitización o segurización implica que, frente a una amenaza existencial que requiere acciones de emergencia más allá del procedimiento político normal, ese determinado sector de la realidad cambia de estatus y llega a verse relacionado con la seguridad, agenda a la que se incorpora. Es decir,
la “seguridad” es el paso que emprenden los políticos más allá de las reglas establecidas del juego y ese paso transforma el tema escogido en un tipo especial de política o en algo que está más allá de la política. En teoría, cualquier tema público puede ser ubicado en un espectro que va desde la no politización (el tema no es relevante) hasta la securitización (el tema se presenta como amenaza existencial), pasando por la politización (el tema es parte de la política pública).44
Entonces, la seguridad, aunque el factor militar tenga relevancia, no puede separarse de otros sectores que debemos valorar, como el político, el económico, el medioambiental y el societal.45
Para completar esta conceptualización, se debe manifestar que, dentro del análisis de cualquiera de estos sectores, la seguridad tiene cuatro niveles: global, regional, nacional y subnacional.46 La importancia que se da a la seguridad en el mundo actual se debe a que “el estado natural entre los Estados es la guerra”,47 aunque no es una situación constante, pues cada Estado tiene la facultad de establecer con base en sus capacidades cuándo debe usar la fuerza. Estas luchas se dan para conseguir y mantener el poder y para establecer el orden. En el plano internacional, todos los Estados pueden utilizar la fuerza en cualquier momento y, por lo tanto, todos deben estar preparados para hacer lo mismo si no quieren someterse a la merced de vecinos más vigorosos en el campo militar.
Waltz a diferencia de Morgenthau, considera que un Gobierno —y por tanto el Estado— no tiene el monopolio del uso de la fuerza. Un Gobierno efectivo, sin embargo, tiene el monopolio de su uso legítimo.48 Es decir que es posible cualquier uso de la fuerza por parte de otros actores, pero solo es legítimo el realizado por un Estado o Gobierno, pues esta facultad le permite establecer el orden dentro de su territorio.
Respecto a estos planteamientos, debemos recordar que, luego de la caída de las Torres Gemelas en 2001 (uso ilegítimo de la fuerza por parte de un grupo no estatal), Estados Unidos securitizó su política exterior y planteó una estrategia de seguridad nacional basada en tres principios básicos: interés nacional, seguridad y supervivencia. Estos principios tienen como pilar fundamental el uso de la fuerza militar en cualquier lugar del mundo, donde o desde donde la seguridad del territorio norteamericano o del de sus aliados se encuentre amenazado real o potencialmente. Esto dio como resultado la militarización de la política exterior norteamericana: la fuerza militar se convirtió en el instrumento de esta política, en lugar de ser el último recurso a emplear. En este sentido, no podemos olvidar las incursiones militares (¿uso legítimo de la fuerza?) de Estados Unidos en Afganistán, Siria, Irak, entre otros, para garantizar su seguridad interna.
Los países andinos, buscando articular sus políticas con los intereses norteamericanos, han buscado supeditar su agenda interna y externa a la agenda de seguridad de Estados Unidos. Por ello, para complementar las preferencias arancelarias andinas —un incentivo a la lucha contra el narcotráfico—, se implementaron bases militares en países como Colombia y Ecuador para apoyar en el control del tráfico de sustancias ilícitas. En Ecuador, la Base de Manta fue abandonada en 2009 por decisión del presidente ecuatoriano de ese entonces, Rafael Correa. Pese a ello, una década después y frente al embate de bandas narcocriminales transnacionales, el Gobierno ecuatoriano facilitó a las tropas norteamericanas una pista de aterrizaje en las islas Galápagos con un objetivo similar al que tenía la Base de Manta.
Ante la urgencia de combatir al crimen organizado, Ecuador ha firmado acuerdos para fortalecer las capacidades en el sector defensa. El presidente Daniel Noboa ha definido y declarado una guerra interna, no solo por la disputa de territorios al interior del país, sino también por el conflicto entre grupos criminales por captar las funciones y los recursos del Estado para así ejercer sin inconvenientes ni consecuencias jurídicas sus actividades ilícitas. Incluso organismos multilaterales como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, que tradicionalmente han apoyado el financiamiento de proyectos sociales e infraestructura, en 2024 acordaron financiar en los países latinoamericanos planes para combatir al crimen organizado.
Para Waltz, el sistema internacional es un sistema competitivo y, por ende, los Estados —con base en sus capacidades— buscarán los medios de lograr una posición más relevante y más influyente que el resto. Esto se debe a que, cuanto más poderoso es un Estado en el sistema internacional, tiene menos posibilidades de ser atacado, lo cual aumenta sus posibilidades de supervivencia.49 Así, en otros lugares del mundo, a pesar de vivir situaciones políticas y sociales diferentes a las de América Latina, la realidad de los países se sigue adecuando a los presupuestos de la teoría realista, objeto de este artículo.
A partir de 2022, Estados Unidos se ha convertido en una de las naciones que más apoyo ha dado —tanto en dinero como en armamento— a Ucrania para que pueda defenderse más o menos exitosamente de la invasión rusa, aunque sin entrar directamente en la guerra para evitar una mayor escalada. Sin embargo, este apoyo no ha podido detener el conflicto, que lleva casi tres años, ni tampoco las intenciones rusas de hacerse de Ucrania, junto con sus recursos y su posición privilegiada para controlar rutas comerciales.
Este conflicto ha sido denominado “Guerra Fría 2.0”,50 pues forma parte de una lucha por la hegemonía a nivel global entre Occidente (representado por Estados Unidos y los países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte [OTAN]) y Oriente (representado por Rusia y China), cuya característica principal es un fuerte incremento en la capacidad militar y armamentística de estos países, que hasta algunos años habían “limitado” sus diferencias al plano económico.
Como afirma Mearsheimer, pese a que exista un equilibrio de poder en el sistema internacional, “el deseo de más poder no desaparece, a menos que un Estado logre el objetivo final de la hegemonía”. Pero “no es probable que ningún Estado logre la hegemonía global”, porque las grandes potencias están en permanente competencia y esto significa que “los grandes poderes tienden a buscar oportunidades para alterar la distribución del poder mundial a su favor. Ellos aprovecharán estas oportunidades si tienen la capacidad necesaria”.51 Eso es lo que acontece en la guerra entre Rusia y Ucrania.
Según Morgenthau, la propia estructura de las relaciones internacionales —como se refleja en las instituciones políticas, en los procedimientos diplomáticos y en los acuerdos legales— tiende a estar en desacuerdo con la realidad de la política internacional. Mientras la primera asume una “igualdad soberana” de todas las naciones, la última se caracteriza por una marcada desigualdad: dos de las llamadas “superpotencias” (antes la Unión Soviética y Estados Unidos, y actualmente Estados Unidos y China) tienen en sus manos un poder sin precedentes de destrucción total, en tanto muchas de las demás naciones reciben el nombre de “mini Estados”, puesto que su poder es minúsculo aun comparado con el de los Estados-nación tradicionales.
De esta afirmación se deduce que —aunque actores preponderantes de la política internacional— la diferencia entre los Estados en términos de capacidad o de poder permite una diferenciación en cuanto a su influencia en el escenario internacional y, por ende, en cuanto a su capacidad para hacer prevalecer sus intereses, que estarán en relación con el contexto histórico, político y cultural.
En el siglo XXI, los Estados siguen siendo los actores principales en el escenario internacional, incluso frente a la aparición de otros actores legítimos o ilegítimos que buscan disputar su poder. Por ejemplo, grupos de poder irregular como los cárteles de droga han buscado influenciar o captar el poder estatal para incrementar sus capacidades en el entorno internacional, sobre todo en Estados con poca capacidad de proyectar poder dentro de su territorio. En el escenario internacional, desde las décadas de 1980 y 1990, incluso se comenzó a acuñar el término “narcoestado” para definir a los países cuyas instituciones políticas han sido infiltradas por el narcotráfico, lo que da a este último facilidad para penetrar en diferentes territorios.
En el contexto ecuatoriano, los casos Metástasis, Purga y Plaga han evidenciado redes de corrupción y vínculos con transnacionales dedicadas al narcotráfico que han penetrado las instituciones públicas para desde allí manejar el poder estatal.
A manera de conclusión
Desde la perspectiva del realismo de las relaciones internacionales, la visión del Estado no puede estar desligada del contexto histórico, político y económico nacional, regional o global. Por lo tanto, el análisis del papel del Estado podrá variar según se hable de las naciones del Norte —que buscan incrementar su influencia a nivel mundial o transformar su riqueza en poder— o de las latinoamericanas —que primero intentan lograr el “desarrollo” para luego, en una segunda fase, convertirlo en poder e influencia—.
La visión realista de las relaciones internacionales reivindica el papel del Estado como actor preponderante de las relaciones internacionales. Pese a que, como manifestaba Wendt, “la relevancia de los Estados con respecto a las corporaciones multinacionales, los nuevos movimientos sociales y las organizaciones intergubernamentales está en claro declive”,52 su papel se fortalece en un escenario global en que la lucha por la hegemonía sigue siendo estatal. Aunque los otros actores del escenario internacional cumplen tareas relevantes que complementan, apoyan o limitan la acción estatal, todavía no han logrado reemplazarla.
Así tenemos que las Naciones Unidas poco o nada han podido hacer frente a la guerra entre Rusia y Ucrania, que lleva cerca de tres años, o frente a la guerra entre Israel y Palestina. El sistema internacional es un sistema competitivo y, por ende, los Estados —a partir de sus capacidades— buscarán los medios para lograr una posición más relevante y más influyente, con el fin de hacer prevalecer su poder y soberanía frente a otros Estados e incluso frente a instituciones internacionales o supranacionales.
Definir al Estado, tanto dentro de las ciencias políticas como dentro de las relaciones internacionales, se ha vuelto una tarea muy complicada. Los Estados pueden diferir entre sí, ya sea por su tipo de gobierno, su tamaño, su cultura, el momento histórico en que se consolidaron o, principalmente, por sus capacidades. Esta última diferencia afecta, entre otras cosas, la inserción dinámica de cada Estado en el sistema internacional, sobre el que se fundamenta la civilización actual.
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6. Skinner, Los fundamentos del pensamiento político, 7.
7. Mann, Las fuentes del poder social II.
8. Skinner, Los fundamentos del pensamiento político.
9. Irving Zeitlin, en Mann, Las fuentes del poder social II, 72.
10. Thomas Hobbes, Leviathan o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil (Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2005), 3.
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13. Un ejemplo de esto lo tenemos en las disputas de la última década por “fraude” en las elecciones presidenciales de Venezuela.
14. En Skinner, Los fundamentos del pensamiento político.
17. Mazzuca, “Legitimidad, autonomía y capacidad”, 553.
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