Entrevista
Andares: Revista de Derechos Humanos y de la Naturaleza n.° 8 (Julio - Diciembre 2025), 129-131. e-ISSN: 2953-6782
Entrevista a Armando Muyolema
La presente entrevista a Armando Muyolema, actual rector de la Universidad Amawtay Wasi de Ecuador, profundiza en temas centrales para la reflexión contemporánea sobre derechos humanos, justicia epistémica y el rol transformador de la universidad. También examina uno de los pasajes históricos más interesantes de los derechos humanos lingüísticos: la expulsión del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) en Ecuador, en la década de 1980, con el retorno de la democracia. Con una trayectoria académica y política comprometida con los pueblos y las nacionalidades indígenas del país, Muyolema despliega una crítica aguda al modelo universitario tradicional, al tiempo que expone los desafíos y horizontes de una universidad verdaderamente intercultural.
En esta entrevista trataremos cuestiones tales como las limitaciones del sistema meritocrático, el derecho a la educación intercultural bilingüe (EIB), la revitalización lingüística y la necesidad de producir conocimiento desde las epistemologías propias. Armando Muyolema nos brinda una mirada esperanzadora al proponer caminos concretos para una educación universitaria que reconozca la pluralidad de saberes.
Entrevistadoras: En el contexto histórico de la expulsión del ILV, ¿cómo se entrecruzaron la política, la ciencia y los derechos lingüísticos?
Armando Muyolema: El conflicto con el ILV fue mucho más que una disputa sobre presencia extranjera. Lo que se puso sobre la mesa fue una crítica a la universidad ecuatoriana por su indiferencia frente a la diversidad lingüística. ¿Cómo era posible que misioneros extranjeros vinieran a documentar lenguas mientras la universidad nacional no formaba ni un solo lingüista indígena? Esa fue la pregunta que marcó el debate. La universidad debía ser la responsable de crear conocimiento sobre nuestras lenguas, desde una perspectiva propia y situada.
E: Actualmente diriges la Universidad Amawtay Wasi. ¿Qué implica gestionar una universidad indígena en el Ecuador de hoy?
AM: Significa asumir una responsabilidad histórica. Estamos en un proceso de reconstrucción profunda, empezando por el Instituto de Lenguas Originarias. En perspectiva, me gustaría convertirlo en una Facultad de Ciencias del Lenguaje. La enseñanza de lenguas en nuestra universidad debe incluir al español, al inglés y a todas las lenguas de las nacionalidades. Pero, además, necesitamos pedagogías propias. En general, en nuestro país, la formación académica en lenguas es deficitaria. Tenemos una fuerte tradición de enseñanza centrada en la gramática, mas no en metodologías centradas en la comunicación. Básicamente, enseñamos mal y eso incluye la enseñanza de lenguas indígenas. Hay un abandono de la oralidad como fuente pedagógica. Queremos metodologías que partan de nuestras prácticas culturales.
E: ¿Qué impacto tienen las políticas públicas sobre este proceso educativo intercultural?
AM: En la educación nacional se ha consolidado un sistema meritocrático ajeno a nuestras realidades y contextos culturales y sociolingüísticos, que son muy diversos en el país. Debido a los cambios en el sistema de ingresos y contrataciones, las escuelas bilingües están llenas de profesores monolingües castellanohablantes o, al revés, en escuelas hispanas hay profesores bilingües impedidos de ofrecer educación en la lengua de las nacionalidades. El sistema impide que docentes kichwahablantes lleguen a donde más se los necesita. Además, el currículo estandarizado carece de diversidad en los contenidos curriculares e ignora el uso de las lenguas indígenas en los procesos de instrucción. Así, tenemos escuelas supuestamente bilingües sin lenguas indígenas. La política pública ha traicionado el espíritu de la educación intercultural.
E: En ese contexto, ¿cómo piensas la relación entre ciencia y saberes comunitarios?
AM: Hay que descolonizar las metodologías. La invocación de la ciencia no puede seguir funcionando como un dogma. En la universidad necesitamos reconocer que existen otros saberes válidos y efectivos que han sido sistemáticamente excluidos. No se trata de despreciar la ciencia, sino de situarla, de ver su naturaleza específica y sus límites. Un ejemplo claro es la forma en que las comunidades han lidiado con problemas de salud o con el cambio climático. En los estudios sobre los deshielos, en Cotacachi, por ejemplo, los relatos comunitarios sobre la desaparición del glaciar fueron tan esclarecedores como los datos técnicos. Ambos saberes deben dialogar.
E: ¿Cómo viviste tu formación como lingüista?
AM: La educación ha sido un campo que siempre me ha fascinado. Estudié Educación con mención en Lengua y Literatura. Luego conseguí una licenciatura en Lingüística Andina y Educación Intercultural, dentro de un programa especial de formación de formadores para el Sistema de Educación Intercultural Bilingüe. Tuvimos profesores de altísimo nivel como Rodolfo Cerrón Palomino. Sin embargo, nunca entendí por qué esa formación no fue reconocida como una maestría. Todos teníamos títulos de tercer nivel. A pesar de eso, fue una experiencia única. Desde entonces, por necesidad del Sistema de Educación Intercultural Bilingüe y por interés académico propio he seguido explorando el campo, especialmente, de la sociolingüística crítica y la enseñanza de lenguas minorizadas.
E: ¿Qué estrategias pedagógicas estás implementando para revertir esa lógica?
AM: Los cambios que estamos proponiendo son amplios y profundos. Solo para dar un ejemplo, estamos agrupando a los estudiantes por nivel de dominio lingüístico. No pueden estar en el mismo grupo o curso los hablantes monolingües de español y los estudiantes que traen el bilingüismo del hogar, o entienden kichwa u otra lengua de las nacionalidades pero no lo hablan. Hay que reconocer los contextos culturales y lingüísticos para que el proceso de enseñanza sea justo. También buscamos desarrollar metodologías experimentales que integren la oralidad, la descripción narrativa y la creación literaria comunitaria. Queremos enseñar a narrar, a describir, a argumentar, no solo a repetir estructuras gramaticales o el conocimiento de metalenguaje lingüístico.
E: ¿Cómo se inserta la investigación en esta transformación?
AM: Todas nuestras líneas de trabajo exigen investigación. Desde la revitalización lingüística hasta la creación de material educativo. Estamos abriendo caminos en un terreno sin modelos previos. Es necesario construir herramientas metodológicas que funcionen con culturas donde la oralidad sigue siendo central. La universidad no solo debe enseñar: debe generar pensamiento, documentar saberes, recuperar historias.
E: ¿Cómo entiendes el lugar de la universidad en la defensa de los derechos humanos?
AM: La defensa de los derechos humanos empieza por el derecho a existir desde nuestras propias matrices culturales. Eso incluye el derecho a hablar nuestras lenguas, a acceder a una educación pertinente, a tener políticas públicas que reconozcan nuestras epistemologías. La universidad debe ser un espacio de legitimación del conocimiento indígena, no de su folklorización o su traducción a los esquemas occidentales. Para eso, hay que transformar no solo los contenidos, sino las formas mismas de investigar, enseñar y representar el saber. La universidad de las nacionalidades busca implementar la justicia curricular como correlato de la justicia social. Trabajamos desde la universidad para que los pueblos y nacionalidades perduren en el tiempo. Imaginamos nuestro futuro como un derecho.
E: Hablaste de cómo los modelos educativos ignoran la diversidad lingüística. ¿Qué sucede con los estudiantes indígenas en la universidad?
AM: En mi experiencia como docente y rector, he visto estudiantes brillantes que llegan a la universidad sin una formación adecuada en lectura y escritura, incluso en su segunda lengua, el español. Son víctimas de un sistema que no reconoce su realidad. A veces se les culpa por no rendir al nivel esperado, cuando en realidad nadie preparó el terreno para su ingreso. Nos corresponde reparar esa deuda histórica y no seguir discriminando con criterios de evaluación homogéneos.
E: ¿Qué lugar ocupan las lenguas indígenas en la política educativa nacional?
AM: Lamentablemente, muchas veces son vistas como un accesorio cultural, no como un derecho fundamental. Se hacen eventos, se firman convenios simbólicos, pero en la práctica no hay continuidad, ni presupuesto, ni voluntad política real. En algunos casos, se llega al absurdo de decir que se ha revitalizado una lengua solo porque se ofreció una charla. La revitalización es un proceso colectivo, largo, que requiere compromiso institucional, materiales pedagógicos y una política pública seria.
E: Has mencionado el problema de los estándares unificados en educación intercultural. ¿Puedes profundizar?
AM: Claro. Imponer un solo currículo para todo el país, sin considerar la diversidad lingüística, cultural y geográfica, es una forma de violencia simbólica. El propio Sistema de Educación Intercultural Bilingüe adolece de este problema que debemos superar. Por ejemplo, los materiales de EIB que se han producido tienen contenidos mayoritariamente centrados en los Andes y eso se lleva a las escuelas amazónicas. Se observa un etnocentrismo en diferentes escalas y con referentes culturales diferentes. Uno de los desafíos del sistema educativo en general, si se precia de intercultural, es cómo representar la diversidad de epistemologías, culturas y lenguas en el currículo. No se respetan el entorno ni las formas de vida de los estudiantes. Eso va en contra del principio de pertinencia cultural. La educación no puede ser uniforme si la realidad no lo es.
E: ¿Qué mensaje final le darías a las instituciones que trabajan por los derechos humanos en educación?
AM: Que los derechos humanos no deben pensarse solo desde lo jurídico, sino también desde lo epistemológico y desde la justicia social. El derecho a ser educado en tu lengua, a pensar desde tu cos-movisión, a narrar el mundo desde tus categorías, es un derecho humano esencial. Las instituciones deben pasar de la retórica a la acción, y eso implica abrir espacio a otras formas de saber, de enseñar y de construir comunidad académica.
E: Uno de los conceptos que has mencionado es la "oralidad epistemológica". ¿Qué implica eso en contextos universitarios?
AM: La oralidad no es solo una forma de comunicación. Es una estructura de pensamiento. Una forma de la cultura. Muchas veces se cree que la oralidad está reñida con el pensamiento complejo, pero es todo lo contrario. A través de la narración, del canto, de la conversación ceremonial, se transmite conocimiento profundo. La universidad tiene que abrir espacio a estas formas culturales. No todo se puede traducir a un artículo científico; hay saberes que habitan en la palabra dicha, en el mito, en el relato, y tienen valor, aunque no se expresen en los parámetros científicos.
E: ¿Cómo se construye una educación que parta de la realidad y no imponga modelos externos?
AM: Primero, reconociendo que nuestras comunidades no parten de cero. Tienen historia, sistemas de conocimiento, pedagogías propias. La educación debe ser un proceso dialógico, no de imposición. Por ejemplo, en lugar de imponer un calendario escolar que responde a lógicas urbanas, ¿por qué no estructurar los ciclos educativos en diálogo con los ciclos agrícolas? Hay que preguntarse: ¿cuándo aprenden mejor los niños? ¿Qué saberes se activan y circulan en cada época del año? Esa es una educación desde el territorio.
E: ¿Qué desafíos enfrentan los estudiantes indígenas en contextos urbanos?
AM: La ciudad suele ser un espacio hostil para el estudiante indígena. Hay discriminación, exclusión, imposición cultural. Muchos jóvenes tienen que negar su identidad para poder "encajar". Eso es violencia estructural. Desde la universidad, debemos generar espacios de reflexión, de afirmación identitaria y de apoyo académico y social. No basta con becas; hace falta transformar la cultura institucional para que sea verdaderamente intercultural, no solo en el discurso.
E: Finalmente, ¿qué sueñas para la universidad ecuatoriana y la Amawtay Wasi en los próximos diez años?
AM: Sueño con una universidad viva, enraizada en la sociedad, en los territorios; sueño con estudiantes que piensen desde sus territorios -sus lugares significativos-; que produzcan conocimiento útil para sus comunidades. Sueño con una red de investigadores que no solo publiquen en revistas internacionales, sino que también registren testimonios, documenten saberes orales, acompañen procesos de lucha y transformación. Una universidad que no olvide su raíz comunitaria, anclada en los pueblos y nacionalidades; que sea autónoma, crítica y profundamente humana.