DOSSIER de investigación
El Estado ecuatoriano
en la frontera suroriental, una construcción desde el afecto,
1893-1964
The Ecuadorian State in the southeastern frontier: a
creation based on affection, 1893-1964
Dra. Cecilia Ortiz-Batallas. Historiadora e investigadora
independiente (Ecuador).
(ceciortizb@gmail.com) (https://orcid.org/0000-0002-2854-3221)
Recibido:
06/10/2020 – Revisado: 08/12/2020
Aceptado: 03/03/2021 – Publicado: 01/05/2021
Cómo citar este
artículo: Ortiz-Batallas, Cecilia. 2021. “El Estado ecuatoriano
en la frontera suroriental, una construcción desde el afecto, 1893-1964”. Íconos.
Revista de Ciencias Sociales
70: 95-112 https://doi.org/10.17141/iconos.70.2021.4703
Resumen
En
el artículo analizo el proceso de construcción del Estado y la nación en el suroriente
ecuatoriano (actual provincia de Morona Santiago) durante la primera mitad del
siglo XX. Este territorio, ocupado originalmente por los pueblos shuar y
achuar, permaneció no delimitado entre Ecuador y Perú desde el nacimiento de la
República en 1830 hasta 1998. Ante la insipiencia de las instituciones
oficiales en la subregión para la época, rastreo al Estado a través de otras
entradas metodológicas, fuera de los entes burocráticos y del centro de poder
desde el que se supone opera. Argumento que, en este margen de frontera, los
misioneros salesianos representan delegados del Estado ecuatoriano, así como de
otros poderes locales externos: la Casa de Don Bosco y el Vaticano. Me enfoco
en el significado de autoridad que emerge en los campos de los sentidos: los
afectos y desafectos, las ilusiones y las emociones, la violencia, la decepción
y el miedo, componentes fundantes en los procesos de dominación política
colonialista. Los argumentos se sostienen en fuentes documentales y,
fundamentalmente, en la memoria narrada por protagonistas de algunos de los
hechos que se analizan. En este escenario, el pueblo shuar no aparece como un
actor pasivo, sino que muestra sus habilidades de negociación frente al mensaje
de dominación que les llega desde el poder.
Descriptores:
formación del Estado; fronteras amazónicas; misiones católicas; pueblos
indígenas; pueblo shuar; religión y política.
Abstract
This article examines the state and nation-building
process in Southeast Ecuador (in what is now the Morona-Santiago province)
during the first half of the XXth century. This territory – which was
originally settled by the Achuar and Shuar peoples- remained in dispute between
Ecuador and Peru since the day Ecuador became an independent country in 1830,
and until 1998, when the two nations reached a final agreement on their common
borders. Given the fledgling condition of the Ecuadorian state in the period
under study, the information that can be obtained from bureaucratic and
official sources is scanty. Thus, a different approach to data gathering had to
be undertaken. It is argued that in those remote frontier territories, the
Salesian missionaries became the actual and real proxy of the central
government as well as of other external powers: the House of Don Bosco and the
Vatican. Specific attention is given to the ways in which authority is endowed
with meaning as a result of the efforts of actors to make sense of affections
and disaffections, hopes, emotions, violence, disappointments and fear, which
are to be seen as the founding components of colonialist domination processes.
The arguments are supported in documentary sources, and- crucially- on the
versions provided the participants in some of the recounted events. In this scene, the Shuar people is not seen
as a passive actor. Instead, it displays its ability to negotiate with the
power-originated messages of domination.
Keywords:
State-building; Amazonian frontier; catholic missions;
indigenous peoples; Shuar people; religion and politics.
En las páginas que siguen me adentro
en el proceso de conformación del Estado y la nación en el suroriente
ecuatoriano que, como propongo, se produce en la primera mitad del siglo XX.
Este espacio alberga a la actual provincia de Morona Santiago ocupada
originalmente por los pueblos shuar y achuar, en un segmento de la franja de
frontera entre Ecuador y Perú. Ante la falta de una demarcación territorial
definitiva al momento de su declaración como repúblicas independientes en la
década de 1830, este fue un espacio en disputa hasta 1998 cuando ambos países
signan acuerdos de paz (Espinosa 1999;
Bonilla 1999). Así, la falta de fijación
limítrofe marcaría la historia de construcción del Estado y de la nación con
sus pobladores originarios en resguardo del territorio, en aquel margen de
frontera.
La vía de articulación del pueblo
shuar y su territorio a la égida del Estado ecuatoriano no obedeció a la que
podría considerarse una línea regular, en tanto no aparecen entidades
burocráticas consistentes que ejercieran de manera efectiva la autoridad en
este espacio, para la época de análisis. El territorio objeto de este estudio
fue visto como una zona de frontera “sin Dios ni ley”, es decir, alejada de las
normas de la civilización, del evangelio y la autoridad constituida; sus
pobladores se asumieron como “salvajes” (Wolf 1892, 590;[i]
Vacas Galindo 1895; Up de Graff 1996).
Estos aspectos determinaron la vía suigéneris de constitución de las
instituciones sociales, religiosas y políticas y su articulación con las
instancias de gobierno en la subregión (Ortiz 2010).
Se
trata de una formación poco ortodoxa del Estado, una vez que allí las misiones
religiosas encarnaron este poder entre el pueblo shuar a partir de la
delegación oficial de funciones de gobierno (Ortiz 2017, 2019). Operaron entre
los pueblos originarios con estrategias legitimadoras de la autoridad ecuatoriana,
así como para generar en este pueblo lazos de adhesión nacional al Ecuador –y no al Perú–, sin dejar de
lado sus intenciones de universalizar el credo católico en la faz de la Tierra.
Los misioneros fueron agentes de control, tutelaron a la
población, le transfirieron conocimientos enmarcados en acciones civilizatorias
durante la administración hispánica (siglos XVI-XIX) y republicana (1830 en
adelante).[ii] En el oriente ecuatoriano, las congregaciones católicas
fueron el medio para imprimir rasgos y comportamiento propios a las sociedades
estatizadas y, sobre todo, tenían como meta incorporar terrenos “baldíos” y sus
ocupantes al ethos estatal.[iii] Intentaron homogenizar comportamientos inscritos en el
catolicismo como referente de civilidad. El trabajo de las misiones en el
sur-oriente estructuró la presencia estatal desde una visión católica, durante
gobiernos conservadores e incluso liberales (Tobar Donoso 1953; Vargas 1961).
Esta estrategia de administración de los pueblos amazónicos no fue privativa
del Ecuador, el modelo se reproduce en las amazonías de los países andinos
durante los períodos tanto hispánico como republicano (García Jordán 1998;
García 1999).
La
documentación de las entidades de gobierno para la época de estudio ofrece muy
pocas pistas para percibir la faceta institucional del Estado en la subregión;[iv]
frente a tales circunstancias empleo otras alternativas metodológicas para elucidar
la conformación de la idea de la autoridad estatal y pertenencia nacional entre
los shuar. Realizo un acercamiento a la cotidianidad de las relaciones sociales
que se entablaron entre los misioneros y misioneras con este pueblo en sus
puntos de contacto más cercanos. Examino las dinámicas que establecieron
dirigidas a los estratos más jóvenes de la sociedad shuar particularmente en el
internado de la Misión, espacio que acogió a niños y niñas para su
incorporación en la esfera estatal.
Allí
se iniciaron en los principios disciplinarios que implicaban la convivencia con
el resto de la sociedad nacional. Se pretendió regular el amor romántico
sometiéndolo a la norma, encarnada en las autoridades del internado, a fin de
erradicar la poligamia, propia de la cultura shuar. Entre otros aspectos se
introdujo a niños y niñas “jíbaros”[v]
en los hábitos de otra forma de familia distante a la suya: monoparental e
inmersa en la moral cristiana, enmarcada en el amor filial y el orden
patriarcal (Brown 2006; Rubenstein 2005).
Argumento
que en aquellas instancias el Estado y la nación se construyeron, entre otros,
desde el campo de los sentidos, estos fluyen en los afectos y desafectos, las
ilusiones y las emociones, sin dejar de lado la violencia, la decepción y el miedo,
componentes que resultan fundantes en los procesos de dominación política como
el que nos ocupa. Este proceso se articuló, desde la segunda mitad del siglo
XIX, a una agenda de colonización, civilización y nacionalización del
territorio oriental y su población. Si bien se crea la provincia de Oriente en
1861[vi]
y se promulgan leyes para administrarla, estas no superan las aspiraciones de
sus gestores al tratarse de mandatos incumplidos, generalmente, o proyectos que
no llegaron a puerto seguro. La región fue vista, hasta entrado el siglo XX, como
territorio propio, pero con su conquista y su dominio como tareas pendientes
para el Estado (Jaramillo Alvarado 1922).
Los
entes de gobierno y las élites locales del austro, quienes consideraron a este
territorio parte de la provincia del Azuay, asumieron este espacio como
alternativa ante la pauperización que vivían las sociedades altoandinas. Su
desplazamiento hacia la Amazonía traería consigo la solución a sus carencias
económicas, al mismo tiempo que ocuparían la región considerada desprotegida
frente a los intereses externos. Se esperaba que la cercanía con los colonos
influyese “positivamente” en el comportamiento de los indígenas. Los misioneros
serían la presencia clave para alcanzar estos objetivos (Ortiz 2019; Palomeque
1990; Esvertit 2001; Juncosa 2017).
El plano afectivo en la relación
entre el Estado y los individuos ha sido un aspecto poco explorado y demanda
tomarse en cuenta al estudiar la naturaleza del poder estatal. La “vida
afectiva” en relación con la autoridad se presenta como deseo de sometimiento,
esperanza o temor a través de los cuales las personas se vinculan al gobierno
(Krupa y Nugent 2015, 17). Se trata de un complejo campo de sentidos donde se
coordinan aspiraciones y una serie de necesidades.
Me inspiro en estudios que otorgan
sentido a la “idea” de autoridad que surge del Estado entre sus asociados
(Abrams 2000; Corrigan y Sayer 2007). Desde estas perspectivas, resulta
sugerente asumir la formación del Estado como “un proceso cultural enraizado en
la violencia que intenta legitimar el sometimiento político” (Krupa y Nugent
2015, 4). Ensayo una mirada que busca locaciones externas al centro desde el
que se supone opera la autoridad, buscándola en sus efectos (Mitchell 2006) e intento mirar cómo la norma es resignificada para
internalizarse en los individuos y expandir el sentido de Estado “desde abajo”
(Lagos y Calla 2007, 16-17). Espero así aportar nuevas vías de comprensión de
la formación del Estado en esta frontera suroriental.
Mi argumentación se sostiene
especialmente en las fuentes de primera mano que se encuentran en el Archivo
Histórico de la Misión Salesiana (AHMS); en la historia oral a través de los
testimonios obtenidos mediante entrevistas realizadas a los actores –hombres y
mujeres shuar misioneros salesianos– testigos de la historia que pretendo
reconstruir. Me inspiro, asimismo, en otras fuentes que, desde sus
perspectivas, arrojan luces a las ideas que expongo.
2.
El territorio, germen del conflicto Ecuador-Perú
Tras
independizarse de España, en las primeras décadas del siglo XIX, Colombia,
Ecuador y Perú constituyeron un frágil sistema de Estados basado en alianzas
corporativas (Klaiber 1996). Asumieron identidades territoriales acordes con
las dinámicas internacionales y el esquema de soberanía de la época, de manera
que las unidades políticas nacientes en los Andes fueron similares a las de
otros espacios que requerían asimismo la definición de “dominios territoriales”
(Espinosa 1999, 77). Se guiaron por ciertas normas de convivencia, entre ellas,
el respeto a las soberanías de los otros Estados con la protección de
fronteras. Sin embargo, las nacientes circunscripciones andinas dejaron
pendiente la fijación definitiva de dichas fronteras.
Al
quedar los límites entre Ecuador y Perú marcados en el mapa, pero sin fijación
física (Capello 2010; Sevilla 2011), el espacio no demarcado entre los dos
países devino arena de conflicto en la segunda mitad del siglo XIX. Fue un momento en que el Ecuador atravesaba una profunda crisis
política y económica (Maiguashca 1992, 1994). Las guerras de
independencia implicaron para el Ecuador asumir una fuerte deuda con Gran
Bretaña[vii]
e intentó saldarla con la emisión de bonos amortizables con terrenos baldíos
“en los puntos mas feraces de la
República, como las montañas de Canelos y las márjenes del río
Zamora…” [cursivas y grafía del original] (Laso 1863, 6). Para saldar la deuda
se propuso otorgar en concesión los distritos de “El Pailón, Atacames,
Molleturo, Gualaquiza y Canelos” (Bollaert 1860).
El Perú consideró vulnerados sus derechos territoriales en la
forma de pago que Ecuador pretendía y exigió el reconocimiento de propiedad
sobre Quijos y Canelos (Corpancho y Rodríguez Parra 1895 [1860]).
En 1859, el puerto de Guayaquil fue sitiado por la armada
peruana. Esta situación conflictiva ejemplifica las disputas por los límites
fronterizos que marcaron en lo posterior las tensas relaciones entre los dos
países, situación que cobró dimensión en las décadas subsiguientes hasta
convertir al Perú en némesis del Estado ecuatoriano, narración que consiguió
aglutinar a las fuerzas políticas –convergentes y divergentes con los distintos gobiernos–
como sinónimo de identidad nacional (Espinosa 1999).
Diversos enfrentamientos armados entre Ecuador y Perú se
registraron a lo largo del siglo XX, entre otros: Angoteros (1903), Torres
Causana (1904), ambos cerca de la desembocadura del Aguarico sobre el río Napo;
en la zona suroccidental del territorio ecuatoriano (1910); ocupación peruana
del suroccidente y escaramuzas en el suroriente ecuatoriano (1941); Paquisha,
Mayaycu y Machinaza, Zamora Chinchipe (1981); cabeceras de la cuenca del río
Cenepa, Morona Santiago (1995). En 1998, tras negociaciones diplomáticas, se
sella la paz entre ambos países, con la marcación definitiva de hitos entre
Ecuador y Perú (Bonilla 1999; Ortiz 2019).
Los jesuitas fueron los delegados para civilizar a la
población originaria durante el período hispánico (Jouanen 1941). Desde
mediados del siglo XIX, la solución a esta problemática, así como a los
requerimientos de control de la región se plasmaron en las misiones católicas.
Instaurada la República, el presidente García Moreno (1861-1875) delegó
funciones gubernativas a la Compañía de Jesús. Posteriormente, con una agenda
de protección de la frontera, el presidente Antonio Flores Jijón, con la
anuencia de las cámaras legislativas, pidió al papa León XIII la división del
Oriente en cuatro vicariatos, en 1888 (Izaguirre 1925, 69).[viii] El papa aceptó la solicitud el 3 de enero de
1889 (Izaguirre 1925, 71). El Oriente quedó dividido entre distintas órdenes y
congregaciones religiosas: Napo, para los jesuitas; Macas y
Canelos de los dominicos; Méndez y Gualaquiza, salesianos, y Zamora para los franciscanos (Izaguirre 1925; García 1999;
Esvertit 2008).
3. La
vía para construir la familia cristiana en el suroriente
Los salesianos se instalaron en el
Vicariato Apostólico de Méndez y Gualaquiza en 1894, con la
evangelización/civilización de los “salvajes jíbaros” como uno de sus objetivos
preponderantes (Juncosa 2017). Contaron con la anuencia del Vaticano, de la
Casa de Don Bosco y del sector oficial del Ecuador, a cuyo gobierno se sumaron
las élites azuayas y otras interesadas en explotar el potencial económico de la
región, para lo cual la cultura de los “jíbaros”, en guerra constante, sería un
impedimento (Ortiz 2017).
Al llegar al suroriente, en 1893, una
de las mayores preocupaciones de los misioneros radicó en la práctica de la
poligamia entre los “jíbaros”, como una de las muestras de su “barbarie”,
característica de la cultura shuar que se ven abocados a erradicar como parte
de su misión evangelizadora y de ciudadanización de aquellos “neófitos”. En su
descripción sobre el valle de Gualaquiza, previa instalación definitiva de los
misioneros en la región (1894), el salesiano Joaquín Spinelli realizó un
reconocimiento de la zona en la que se fundaría posteriormente el Vicariato
Apostólico de Méndez y Gualaquiza. Hizo un recuento de las sorpresas que le
despiertan los habitantes originarios: “Generalmente los jíbaros cultivan
tantas huertas como son las mujeres que tienen, porque desgraciadamente existe entre
ellos la poligamia, que es uno de los más grandes obstáculos que halla el
misionero católico para civilizarlos y hacerlos cristianos”.[ix]
En opiniones que emanan del mundo
shuar la poligamia fue parte de la forma de vida de este pueblo, caracterizada
por intensas guerras internas, tras las que proliferaron las viudas. Las
mujeres shuar desempeñaban múltiples tareas: mantener la huerta, los animales,
la pesca, la cacería; de ahí que su supervivencia dependiera de su asociación a
una familia.
Ninguna
mujer en las condiciones que vivíamos en esa época en la selva podía sostenerse
sola por la cantidad de trabajo que implica la obligación de las mujeres shuar.
Mi padre era polígamo, él era casado con dos hermanas. Por lo tanto, yo tenía
dos mamás y doce hermanos en total. Incluso a la que no era mi madre directa yo
la reconocía como madre (entrevista a Ampam
Karakras, Quito, octubre de 2015).
Sin embargo, aquella lógica propia de
esta cultura debió enfrentar las nociones cristianas de la monogamia
heteronormativa patriarcal, en que se fundamenta el modelo de familia que buscó
imponer el Estado liberal por intermedio de la Iglesia católica.[x] Así se explica el afán por
erradicar la poligamia y que parte de los esfuerzos por civilizar al pueblo
shuar se orientaran en este sentido. Gobiernos liberales y misioneros convergen
en el modelo de familia a implantar en la nueva sociedad que aspiraban a
construir en aquel entorno “salvaje”. Estas convergencias posibilitaron la
estadía de los misioneros salesianos en la selva amazónica ecuatoriana, pese a
los puntos de desencuentro que su filiación clerical mostraba con respecto a la
moral que implantaría la misión.
Con su arribo al poder en 1895, los
gobiernos liberales trazaron un horizonte anticlerical para su gestión, y las
misiones católicas fueron expulsadas del territorio nacional, hecho que no
afectó a los religiosos salesianos de Méndez y Gualaquiza (Bottasso 1982).
Ellos permanecen en el Vicariato a su cargo, aunque se les suprimió la
contribución económica derivada del presupuesto oficial. Esta “tolerancia”
hacia los Hijos de Don Bosco respondió a que más allá de sus diferencias
políticas, los gobiernos liberales coincidieron con el resto de las élites de
poder en asumir a las misiones como indispensables para civilizar a las
sociedades consideradas fuera de control, introduciéndolas en la disciplina del
Estado y en una pertenencia nacional.
Por otro lado, y en contraste con
las órdenes antiguas –jesuitas, franciscanos, dominicos– los salesianos
aparecían como una congregación moderna, es decir, adaptada a los
requerimientos de una industria y del sistema en expansión en el mundo
(Wallerstein 2005). Figuraban, además, como obedientes a las necesidades del
Estado o de las élites contratantes, a las que les resultaron útiles con su
propuesta de otorgar a los “neófitos” una educación orientada al trabajo que
contribuiría a su civilización, al progreso nacional y a la defensa de la frontera,
aspiraciones compartidas por los actores en mención (Juncosa 2017; Bottasso
1982).
Desde los sectores pro
eclesiásticos se hablaba de “regenerar” a la nación con base en la familia,
noción que los liberales no pusieron en discusión (Herrera 2006, 246). El
presidente liberal Eloy Alfaro, tras su ascenso al poder en 1895, emitió leyes
de protección a la familia indígena contra las exigencias de trabajo del patrón
de la hacienda (Peñaherrera y Costales 1964, 730-732). En su versión nuclear y
monógama la familia tuvo su sitial en los planteamientos de los pensadores
indigenistas de la primera mitad del siglo XX de tendencias liberal,
conservadora o izquierdista (Prieto 2015).[xi]
Para el Vaticano, el matrimonio persigue la
propagación del género humano para “engendrar la prole de la Iglesia… la
procreación y educación del pueblo para el culto y religión del verdadero Dios
y de Cristo nuestro Salvador” (León XIII 1891). Se revistió al matrimonio de un
carácter “sagrado”, al ser Dios su autor, debía ser administrado por la Iglesia
y no por el Estado o cualquier representante del poder civil. Según esta
encíclica, la poligamia
conjuntamente con la poliandria y el divorcio son actos de “corrupción del
matrimonio antiguo”. Tales principios respaldaron la acción de las misiones
para erradicar la poligamia entre el pueblo shuar y conducirlos hacia otra
lógica familiar.
Los internados, pensados
originalmente en el medio italiano como espacio de acogida para niños y jóvenes
en situación de desamparo, en un momento de cambio de las estructuras sociales
y políticas de su entorno y como mecanismo para atraerlos a la fe católica
(Lenti 2010), fueron adaptados como una de las estrategias de alcance
civilizatorio más difundidas en el medio amazónico, no solo entre los shuar. Jesuitas,
dominicos y franciscanos hicieron intentos previos, sin resultados favorables
en el suroriente.
Con sus primeros atisbos hacia 1916, los internados
salesianos toman fuerza en 1927, con un proceso de crecimiento que alcanza la
cima entre 1960 y 1970 (Juncosa 2017, 80; Bottasso 1982). Ampam Karakras
afirma, a partir de su vivencia personal, que los pueblos amazónicos, en su
mayoría, han vivido esta experiencia. “Hemos
pasado por internados tanto católicos como evangélicos, sin excepción, todos
los de mi generación, yo tengo 65 años. Unos estuvieron poco tiempo, otros por
mucho, yo pasé 5 años en el internado” (entrevista a Ampam
Karakras, Quito, octubre
de 2015).
4. Hacia un nuevo modelo de familia
Los espacios educativos ubicados
dentro de la Misión, particularmente el internado, apostaron por objetivos
concretos en términos civilizatorios. La educación para los niños shuar constó
de los aprendizajes académicos y las destrezas y disciplina para el trabajo, e
incluyó asimismo los cambios culturales e ideológicos que se difundieron desde
lo cotidiano, particularmente en lo relacionado con el comportamiento en el
ámbito familiar. Allí se insertó a los niños y jóvenes en procesos de
estatización, ecuatorianización, evangelización y se les transfirieron aspectos
de la cultura dominante alejándolos de sus entornos familiares.
El internado propició que los
jóvenes “jíbaros” atravesaran por la experiencia simulada de lo que significaba
vivir en una familia cristiana, y que esta penetrara en el habitus del medio shuar. Para Teresa Shiki, mientras vivió en la
Misión, “su papá y su mamá eran las monjitas”, y en el caso de los varones,
“eran los padrecitos” (entrevista a Teresa Shiki, Asunción, abril de 2016). Los padres de Josefina
Kajekai, otra interna, la visitaron en muy pocas oportunidades, ella así lo
explica: “yo no me crie con mis padres, por eso no les tenía tanto cariño” (entrevista a Josefina
Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016).
Laura Rival (2000) señala que la
estrategia del internado alteró la relación de pares que se establece en la
familia shuar entre padres e hijos, para sustituirla por una entre los niños
shuar y los misioneros. En el internado se construyó un trato paternalista
asimétrico de subordinación de padres a hijos. En contraste, en el mundo shuar,
ya cuando los hijos llegan a la adolescencia, se transforma en una relación
entre pares (Rubenstein 2005, 34).
Al desempeñarse como padres y
madres de familia, los sacerdotes y las religiosas cumplieron con un juego
doble en el que la sociedad tomó el aspecto de una gran unidad doméstica
sometida a un padre, lo que se traduce en una lectura patriarcal de la realidad
que vislumbra a la familia desde la masculinidad burguesa (Brown 2006). Ese fue
el modelo difundido por los misioneros formados en los principios de la
Congregación fundada por Juan Bosco a mediados del siglo XIX en Italia. Se dice
de Don Bosco que participaba personalmente en el cuidado de los internos y
ponía énfasis en la “solicitud paternal” con la que debían ser tratados (Lenti 2010,
32).
El paternalismo involucra una
relación en la que una persona que no es el padre biológico actúe como si lo
fuera, y lo coloca en posición de superioridad. En el caso que nos ocupa, esta
actitud compromete un proyecto civilizatorio basado en la persuasión que busca
generar lealtades, amor por la civilización y apela al afecto como nexo de los
ciudadanos con la autoridad (Krupa y Nugent 2015). Don Bosco y sus seguidores
consideraban poco propicios los hogares originarios de los jóvenes para su
conversión e intentaban dotarlos de uno que los sustituyera (Lenti 2010)
fundamentado en la fe católica, y tal principio se aplicó tanto en Italia como
en la Amazonía. Ello explica ese comportamiento familiar que se instituye en
los centros salesianos, educativos y de acogida. El “afecto estado” (Krupa y
Nugent 2015, 9), noción que resulta funcional para una interpretación del
proyecto donbosquiano en el suroriente.
Desde su experiencia personal con
esta pedagogía, Josefina Kajekai recuerda que las niñas más pequeñas que
llegaban a la Misión eran las “más queridas de las monjas”
(entrevista a
Josefina Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016). Ellas tuvieron apoyo
afectivo en el proceso de adaptación y en la relación maternal que se
estableció en el internado entre las niñas y las religiosas. Se entregaba a las
niñas el amor, del que se consideraba venían vacías, y que las misioneras estaban
obligadas a prodigar. Desde el deber ser, aquel amor se alejaba del plano
sensual para que los muchachos que asistían al oratorio no fueran parte de la
“masa”,[xii] sino que entendieran al
amor como un acto de generosa solidaridad (Orgaz Rodilla 1994, 409). Exhortaba
Juan Bosco a los miembros de su Sociedad: “trata de hacerte amar y así
conseguirás que te obedezcan con facilidad, no seas nunca demasiado severo…”
(Lemoyne 1981). El afecto en tal caso, se confirma como uno de los atractivos
que hace posible la internalización del Estado en los individuos, más allá de
su faceta institucional, hacia una relación que involucra el ámbito de los
sentidos.
5. El
amor romántico y el proyecto político
Esta construcción del Estado desde
el plano afectivo involucró la intervención de los misioneros en las relaciones
de pareja de internos e internas. Sus encuentros sentimentales fueron vigilados
por los misioneros, de tal manera pretendían definir la pareja que a su juicio
era la adecuada para cada joven y que no se cometieran acciones en contra de la
moral cristiana. Hubo una serie de prohibiciones en torno al noviazgo para los
jóvenes shuar:
En
el internado, a ellos les gustaban las chicas, pero eso era estratégicamente
controlado para que las chicas no salgan, no dialoguen con los jóvenes… y, si a
ellos les gustó una chica, siempre tenía que echar ojo y, como no podían verse,
tenían que escribir, hacer una cartita (entrevista a Teresa Shiki, Asunción,
abril de 2016).
Cuando no se realizaban a
escondidas, los encuentros fueron controlados y en espacios definidos dentro
del internado y solo tras la autorización de los religiosos. Josefina Kajekai
pudo recibir a su pretendiente en una sala destinada para el efecto. “Le
llamaban sábado o domingo, ‘ya te vino a visitar’, ahí llamaban a la chica a
unos locutorios… donde los novios tenían que conversar...” (entrevista a Josefina
Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016). Una vez que lo aprobara la regencia del internado,
los novios podían unirse en matrimonio.
Con
misa solemne nos casamos, nos hicimos vestido… Yo misma me hice porque yo sabía
coser… tuve que comprar esos anillos que son maluquitos, para ese rato no
importa el material, la cosa es que nosotros nos casemos bien. Un día domingo
era, las monjas hasta hicieron una fiesta con misa, bien solemne con todo…
Carro contrataron las monjas mismo, nos mandaron a Cuenca, de luna de miel
(entrevista a Josefina Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016).
6. El
dolor, la decepción y la desesperanza en la construcción del Estado
Aclara Josefina que ella no creció
con sus padres, sino en el internado de la Misión donde vivió toda su niñez y
parte de su juventud. Allí las visitas de sus allegados se espaciaron cada 5
años, casi no los conoció. Ingresó a los 4 años y salió de 21, para luego
contraer matrimonio con un alumno interno en la sección para varones. Recuerda
su ingreso a la Misión como un episodio doloroso.
Antes,
los curas andaban así viendo los campos y las casas, antes decían jibarías,
iban a coger chicas, que podían tener edad de internarles. Iban a concientizar
a nuestros papás y a decir: “a esa niña debes internarle”. Y a mí me habían
dicho que debes internar… me acuerdo que sufrí hasta después de un buen
tiempo... (entrevista a Josefina Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016).
Josefina llegó a este
establecimiento, “sin ser de razonamiento todavía no botaba los dientes de
leche… a mí me saben dar ganas de llorar, acordándome eso… De las manos de mi
mamá me habían llevado jalando, a la fuerza. Pero según ellos era para mi bien” (entrevista a Josefina
Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016). De la conversación se desprende
que esa debió haber sido una imposición de su padre. “Los hombres eran machistas,
la mujer tenía que hacer caso a lo que el marido decía. Entonces, quiera o no
tenía que acceder a lo que decía el papá” (entrevista a Josefina Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016). Cuando los sacerdotes
“concientizaron” a su padre, le hicieron saber la importancia que tenía
internar a su hija, para que aprendiera el castellano, a leer y escribir.
No todos fueron desde muy pequeños,
hubo quienes llegaron de más edad o ya en la adolescencia. Hubo niños huérfanos
que crecieron en las misiones desde edades muy tempranas. El que ingresaran
mayores favoreció quizá a su mejor adaptación, como sucedió con Teresa Shiki,
quien siente nostalgia por el internado. Le hubiera gustado quedarse en la
Misión, “aunque no me haga monja, aunque no use las sotanas, quería vivir ahí
con las monjas, sirviendo a ellas, me gustaba el internado, me gustaban las
monjitas… a mí me encantó sea como sea… ellas me llegaron a querer bastante” (entrevista a Teresa
Shiki, Asunción, abril de 2016).
Aquella estrategia civilizatoria
fue pensada, entre otros fines, para el disciplinamiento de los jóvenes, Miguel
Jempékat pasó por esta vivencia desde los 5 años. Encuentra que allí hay
normas, cuando llega el interno ya conoce la disciplina: primero, ser puntual;
segundo, hay que tomar la responsabilidad en el estudio, y enfatiza, desde una
visión positiva.
Nosotros
hemos aprendido a ser responsables. Esa es la razón de nuestro éxito. Casi
todos mis compañeros han logrado tener una buena posición, muy diferente.
Pienso que los salesianos de cualquier manera han aportado mucho, como en
cualquier proceso histórico de asentamiento humano (entrevista a Miguel
Jempékat, Macas, abril de 2016).
El “éxito” de la estadía de Teresa,
en cambio, puede explicarse en la aspiración al sometimiento como una de las
nociones que configuran al Estado, sometimiento que espera la recepción de un
beneficio que para los cristianos se traduce en la salvación del alma (Krupa y
Prieto 2015), si bien para los “jíbaros” se resignificó en los beneficios
–“éxito”– que les trajo la educación, como lo manifiesta Jempékat. Teresa se
sintió estimulada al comportarse como dictaba la norma, y al mismo tiempo, la
relación afectiva que la articula con la autoridad, mediada por la religión. Se
deja sentir en la práctica, la premisa que guía otro de los principios
salesianos que generan equivalencia entre un buen ciudadano y un buen
cristiano:
Ud.
sabe, la sinceridad a uno hace querer a otra persona, y tiene seguridad tanto
de este lado y de otro lado. Las monjitas, ellas, tenían seguridad en mí porque
yo les contaba cualquier cosa, no les estaba ocultando, entonces, ellas me
querían bastante y me apreciaban las monjitas, y yo les llegué a querer. Más
que todo, la costumbre del internado, ir a rezar, ir a cantar, comulgar, de
mañana, después ir al trabajo, a las actividades. Por la noche, antes de
dormir, íbamos a la iglesia a rezar el santo rosario y cantar, después salíamos
íbamos a descansar. Me gustó muchísimo eso, hasta ahora me gusta, y tengo ese
espíritu adentro mío y por eso me gustaba y yo por eso, no me gustó salirme de
la Misión, para nada (entrevista a Teresa Shiki, Asunción, abril de 2016.).
Uno de los misioneros explica este slogan
muy difundido en la retórica misional: “Primero,
hay que ser buen ciudadano, y un buen ciudadano es un buen cristiano. Un buen
ciudadano es una persona que respeta las leyes y cumple con sus obligaciones.
Si la religión te dice cómo tienes que obrar, con mayor razón tienes que obrar
con los demás” (entrevista a Victoriano Calleja [sdb] Macas, diciembre de 2015).
En opinión de Josefina, las
misioneras “hacían bien, pero también hacían mal” (entrevista a Josefina Kajekai, Sevilla
Don Bosco, abril de 2016).
El Estado aparece como un poder que abre y cierra posibilidades (Poole 2009),
si bien ofrece derechos también los niega, los irrespeta. Este ha sido
interpretado como un “exceso de inversión afectiva en el comportamiento del
Estado” (Krupa y Nugent 2015, 14), en un imaginario del poder en que el miedo,
la ansiedad y la ilusión han permeado casi todos los aspectos de su formación
(Krupa y Nugent 2015; Poole 2009; Das y Poole 2004).
En el internado y en la escuela se
puso en práctica el sistema preventivo inspirado en las líneas dictadas por el
fundador de la Congregación Juan Bosco.[xiii] Desde el deber ser, la
prevención surgió como una alternativa a los métodos represivos, en la medida
que buscaba persuadir y prevenir en lugar de imponer y castigar, supuso un
diálogo constante con los chicos y tuvo por objeto la educación moral de los
jóvenes, “para resolver las carencias espirituales y materiales” (Lenti 2010,
107). La prevención iba asimismo contra el ocio, la vagancia, las malas
compañías u otras faltas a la disciplina inmersas en la moral católica y la
disciplina para el trabajo que se buscaba implantar entre los internos shuar
desde su infancia. Juan González (sdb) explica que este sistema tenía por
objeto colocar al chico en la “imposibilidad de pecar”, para lo cual se
sujetaba a los alumnos “todo el día” al control de los sacerdotes (entrevista a
Juan González [sdb], Macas, diciembre de 2015).
La vigilancia alcanzaba a los
pupilos en el aula, en el patio de recreo, en la huerta, en el dormitorio, en
el comedor. “No se dejaba solos a los niños para que no hicieran trastadas”
(entrevista a Juan González [sdb], Macas, de diciembre de 2015). Una misma
memoria comparte Pedro Creamer (sdb):
Los
niños dormían en un solo dormitorio grande. Había las camitas con un pequeño
escritorito… Yo tenía como 120 niños. En la esquina de la habitación había como
una celdita con tela y ahí dormía el asistente, para cuidar el orden y todo...
Daba un paseíto y así vigilaba que no haya desórdenes morales (entrevista a
Pedro Creamer [sdb], Quito, diciembre de 2015).
Josefina Kajekai reafirma los
recuerdos de los misioneros. “¡Uh! Ahí todo era disciplina, desde de mañana que
se despertaba una, la monja que pasaba en el dormitorio aplaudía muy temprano
para levantarnos y nos vigilaban hasta la hora de dormir” (entrevista a Josefina
Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016). El sistema preventivo apuntó fundamentalmente a
“enseñar a razonar”, a reconocer lo que está bien y lo que está mal (entrevista a Silverio
Equizoaín [sdb],
Macas,
diciembre de 2015).
Era común que los niños escaparan
en respuesta al cambio de ambientes que enfrentaron. Juan González (sdb)
reconoce que, en sus casas, “a los niños los dejan libres y se van por acá, van
con la bodoquera a cazar o a coger sapos y esa es su vida” (entrevista a Juan
González [sdb], Macas, diciembre de
2015), lo que
contrasta con la cotidianidad en el internado, regida por la puntualidad en el
tiempo. Miguel Jempékat encuentra que quienes escapaban tenían razones para
hacerlo, por el horario al despertar y porque eran un sistema de trabajo y
aprendizajes que les disgustaba, al que no estaban habituados (entrevista a Miguel
Jempékat, Macas, de abril de 2016).
Escapar del internado también era una posibilidad de fuga de aquella realidad
con una respuesta contestataria a la imposición.
Eran motivo de fuga los castigos violentos
o el temor que provocaban los enojos de sus maestros. Había un coadjutor
Granda, “él daba cuerizas a la gente que desobedecía, y en público” (entrevista a Miguel
Jempékat, Macas, abril de 2016).
Juan González
(sdb) refiere que la disciplina en los internados se controlaba con castigos
que consistían en impedirles salir al recreo o que limpiaran el patio, que
recogieran los papeles, “cositas así”. Este control eventualmente incluía un
“pequeño bofetón” (entrevista a Juan González [sdb], Macas, diciembre de 2015).
Sin embargo, en las memorias de Kunkumas, Jempékat y Karakras, los castigos
estuvieron a la orden del día, con el sistema preventivo.
La
formación en los internados salesianos impedía a los shuar hablar en su propia
lengua. Ellos querían que aprendamos el español a la fuerza, cuando íbamos al
comedor, cuando íbamos a la huerta, cuando íbamos al baño, nadie podía hablar
shuar, pese a que de niños no sabíamos hablar español, solo sabíamos ciertas
oraciones o decir “sí” o “no” (entrevista a Pedro Kunkumas, Macas, febrero de
2009).
La lengua como dispositivo del
poder civilizatorio fue parte de los medios de estatización y nacionalización
con los “jíbaros”. Hablar en shuar era una falta reprimida. Josefina Kajekai
recuerda “en el tiempo nuestro no se podía hablar en shuar en el comedor, eran
unas mesas largas, sabía estar ahí la monja parada con un palo, para ver quién
hablaba en shuar. Nosotros teníamos que hablar escondidito…” (entrevista a Josefina
Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016). Para las religiosas, de esa manera, las niñas
aprenderían a expresarse bien en castellano, “pero si una niña no estaba de
acuerdo con algo y respondía, aunque sea un poquito, ahí le daban ¡pag!,[xiv] pero a mí nunca me
pegaron en la boca, a otras chicas sí les pegaron y les retaban así fuerte”
(Entrevista a Josefina Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016). El
testimonio de otro ex alumno del internado confirma el anterior:
Una
de las normas que primero teníamos que cumplir era olvidarnos de nuestro
idioma. No teníamos que hablar ni con el vecino ni con nadie el idioma shuar, y
todos éramos shuar, los únicos que no eran shuar, sino colonos, eran el
asistente y los profesores (entrevista a Miguel Jempékat, Macas, abril de
2016).
En la escuela, según lo refiere
Josefina, compartió las aulas con alumnas hispanohablantes, se perseguía que
los estudiantes shuar adoptaran aquella cultura, incluido el idioma, y no al
contrario. Ese era uno de los objetivos al juntarlos, sin que ello obstara para
que las relaciones racistas, de lado y lado, afloraran entre los estudiantes y
la escuela se convirtiera en escenario de conflicto.
La práctica de internamiento daba
respuesta a distintas necesidades. Por un lado, la concentración de la
población en un mismo lugar permitía a sus maestros un mayor control sobre los
chicos y superaba las prolongadas distancias en la selva que impedían la
llegada diaria de los niños a la escuela. Por otro lado, la poligamia consistía
para los misioneros una de las peores amenazas para la consolidación de su vida
cristiana –y para la vida armónica de la sociedad civilizada que pretendía
construir el Estado en el oriente–al considerarse nocivo para los jóvenes el
ambiente familiar, alejarlos era la solución más idónea.
8. Reflexión
final
Los que se han revisado pueden
interpretarse como mecanismos de gubernamentalidad tendientes al “control
minucioso de las operaciones del cuerpo” para producir un nuevo tipo de
individuo (Foucault 2010, 141). Una “microfísica del poder” por la constancia y
minuciosidad con la que opera y adquiere sentido en las escuelas, las fábricas
y los cuarteles, un gobierno sobre la “molecularidad del cuerpo”.
Si Foucault (1991; 2010) apunta a
la tiranía de la dominación como una fuerza externa, este relato da cuenta,
además, de una noción de autoridad que surge desde el poder interior y abre la
pregunta en torno a quién utiliza el control corporal: los misioneros para
civilizar a los “jíbaros” o los “jíbaros” para atravesar la permeabilidad de un
mundo que se les abre a través de la educación que les ofrecen los misioneros,
más allá de la evangelización por sí sola (Juncosa 2017).
Los shuar, en este escenario, no
aparecen como un actor pasivo, sino que muestran sus habilidades de negociación
frente al mensaje de dominación que les llega desde el poder. Ellos suscriben
esta agenda según sus criterios y requerimientos de sujeción estatal y
adscripción nacional en el momento histórico que nos ocupa. La poligamia no se
erradica por imposición, han influido notablemente las transformaciones en la
forma de vida de la familia shuar y las nuevas estrategias para cubrir
necesidades que han impactado en su cultura original. La educación ha sido la
vía para la permanencia y defensa del territorio ecuatoriano y para dar
respuesta a los embates de la colonización, fortaleciendo su consolidación como
grupo étnico. Es decir que el mensaje de dominación no llega como una “idea
fuera de lugar” (Palti 2004), sino como ideas que se han situado y adquirido
sentidos propios.
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Entrevistas
Entrevista
a Ampam Karakras, Quito, octubre de 2015.
Entrevista
a Josefina Kajekai, Sevilla Don Bosco, abril de 2016.
Entrevista
a Juan González (sdb), Macas, diciembre de 2015.
Entrevista
a Miguel Jempékat, Macas, abril de 2016.
Entrevista
a Pedro Creamer. (sdb), Quito, diciembre de 2015.
Entrevista
a Pedro Kunkumas, Macas, febrero de 2009.
Entrevista
a Silverio Equizoaín (sdb), Macas, diciembre de 2015.
Entrevista
a Teresa Shiki, Asunción, abril de 2016.
Entrevista
a Victoriano Calleja (sdb), Macas, diciembre de 2015.
Notas
[i] Los enunciados de
Wolf y su mapa tuvieron vigencia hasta las décadas de los 50 y los 60.
[ii] “Este Congreso
constituyente nombra a los venerables curas párrocos por tutores y padres
naturales de los indígenas, excitando su ministerio de caridad en favor de esta
clase inocente, abyecta y miserable” (Constitución del
Estado de Ecuador 1830, art. 68).
[iii] El ethos
estatal implica la aceptación tácita y naturalizada de un aparato de control y
organización social, de tal manera que modela comportamientos, conductas y
patrones morales socialmente reconocidos como legítimos. Estos construyen la
identidad nacional de las personas o de las colectividades (Silverblatt 2015).
[iv] La prensa quiteña
de inicios del siglo XX (ver diarios El
Comercio y El Día entre 1941 y
1945) evidencia la preocupación en la opinión pública y de los organismos
pertinentes por hallar fórmulas efectivas para administrar la región, así como
la imposibilidad de los funcionarios estatales de llevar a efecto su gestión
ante la falta de medios de las instituciones de gobierno, ubicadas en las
capitales de provincia o en Quito (Jaramillo Alvarado 1922).
[v]‘Jíbaro’ no tiene
significado alguno en el idioma shuar y es rechazado por el grupo al
considerarlo peyorativo y de imposición externa (FCSH 1976). Aquí se retoma
para respetar el vocablo en su época, sin intención de un trato despectivo al
pueblo shuar.
[vi] Pasadas tres décadas de la conversión del Ecuador en república independiente, durante el gobierno de García Moreno, en 1861, la Amazonía se toma en cuenta como espacio diferenciado de las provincias altoandinas y se crea la Provincia de Oriente (Convención Nacional del Ecuador 1861).
[vii] Convención sobre
el arreglo de la deuda a Colombia entre Nueva Granada y Perú. Documento
suscrito en Bogotá el 23 de junio de 1853. Decreto Legislativo del 5 de
diciembre de 1583. Sancionado por el poder ejecutivo el 24 de enero de 1854
(Bustamante 1960).
[viii] Ver también Decreto de Erección del Vicariato (Guerriero y Creamer 1997).
[ix] AHMS, Fondo
Crónicas casas cerradas, caja l.6.4, expediente LG4.006, 1893, Joaquín
Spinelli, “El valle de Gualaquiza”.
[x] Y de las misiones
evangélicas, presentes en el suroriente desde inicios del siglo XX (Ortiz
2019).
[xi] La
mirada patriarcal del Estado responde a una construcción del poder desde la
dominación masculina e influye en la sociedad en la medida que el Estado es
ubicuo, es decir, que opera desde distintas instancias de la convivencia social
(Brown 2006, 192).
[xii] Los “oratorios
festivos” eran instancias generadas en el medio salesiano en Italia, focos de
atracción para que los jóvenes considerados en situación de desprotección
hallaran un refugio. Estos se traducían en oportunidades de adoctrinamiento
cristiano en los que se forjaron lazos con los principios católicos (Lenti
2010).
[xiii] Juan Bosco
escribió el Sistema Preventivo para la educación de la juventud, en 1877 (Lenti
2010, 89).
[xiv] Una manera de
expresar el sonido que producía el golpe propinado por la religiosa.