Eutopia. Revista de Desarrollo Económico Territorial N.° 15, junio 2019, pp. 193-210

De la agricultura familiar campesina a las microempresas de monocultivo. Reestructura socioterritorial en la sierra norte del Ecuador
From family farming to micro-enterprises of monoculture. Socio-territorial restructuring in the northern highlands of Ecuador

 

Wilson Lechón* y Jenny Chicaiza**

* Investigador, Universidad Andina Simón Bolívar Sede Ecuador, wilsonsblgo@gmail.com, orcid.org/0000-0002-0250-5315.
** Grupo Wambra Páramo Ecuador, amparochicaiza@hotmail.com, orcid.org/0000-0001-6076-7340

Recibido: 04/03/2019 • Aceptado: 19/05/2019 • Publicado: 30/06/2019
DOI: http://doi.org/ 10.17141/eutopia.15.2019.3875

Resumen

En las comunidades rurales de las parroquias González Suárez y Ayora de las provincias de Imbabura y Pichincha, respectivamente, gran cantidad de asalariados que lograron acumular capital han decidido convertirse en microempresarios de monocultivos de frutillas. Este cambio en el uso de la tierra ha ocasionado una reestructuración socio-territorial provocando en las comunidades impactos ambientales, socioculturales y económicos, generado un conjunto de tensiones sobre la visión de la tierra, el territorio y los recursos naturales. Esto ha abierto reflexiones sobre la productividad y la ganancia, sobre la práctica de valores comunitarios y el sentido de la agricultura familiar campesina para las comunidades indígenas. Y, considerando que el monocultivo tiene afectaciones irreversibles en la tierra, ponen en el debate la necesidad apremiante de incorporar en la agenda de las organizaciones y del movimiento indígena la exigencia de la construcción de territorios rurales sostenibles, en conjunto con el Estado y las autoridades locales.

Palabras clave: asalariados rurales; comunidades; microempresarios rurales; recursos naturales; territorio; tierra

Abstract

In the rural communities of the parishes of González Suárez and Ayora of the provinces of Imbabura and Pichincha, respectively, a large number of employees who managed to accumulate capital have decided to become micro-entrepreneurs of strawberry monocultures. ftis change in the use of the land has caused a socio-territorial restructuring provoking in the communities; environmental, sociocultural and economic impacts, thus generating a set of tensions on the vision of the land, territory and natural resources. ftis has opened reflections on productivity and profit, on the practice of community values and the sense of peasant family agriculture for indigenous communities. And, considering that the monoculture has irreversible effects on the land, they put into the debate the urgent need to incorporate in the agenda of the organizations and the indigenous movement the demand for the construction of sustainable rural territories, together with the State and the authorities local.

Keywords: rural wage-earners; communities; rural micro-entrepreneurs; natural resources; territory; land.

Introducción

En la actualidad se evidencia un cambio drástico en el paisaje agrario de la sierra norte del Ecuador. Entre las provincias de Pichicha e Imbabura, grandes extensiones de tierra que pasaron de ser haciendas a territorios comunales fueron usados en un primer momento para cultivos, ganadería y producción de leche. Ahora la utilidad de estas tierras ha cambiado, la zona se observa cubierta por plásticos donde se produce flores y otros monocultivos como las frutillas y uvillas.

¿Cuáles fueron los factores que motivaron estos cambios y qué consecuencias han ocasionado en las familias campesinas?

Rubio (2014) sostiene que estos cambios no se pueden entender sin una visión del comportamiento del mercado que es capaz de manipular la estructura agroalimentaria y que obliga a los campesinos a sustituir las producciones tradicionales por monocultivos comerciales, en muchos casos en calidad de asalariados, anclándolos al territorio como mano de obra barata. Para el caso de Cotopaxi, Martínez (2015) sostiene que el agronegocio de flores y brócoli ha ocasionado una reorganización territorial, estimulado un uso intensivo de la tierra y una marginalización económica de las parcelas campesinas por la expansión de monocultivos. De esta manera, convierte a las familias en asalariados, anclados a su territorio.

El presente artículo intenta abordar las causas y consecuencias del cambio de uso de la tierra para monocultivos de frutilla donde los propietarios no son microempresarios externos, sino miembros de la comunidad, que ven en la producción de la fruta un negocio. Si bien, a diferencia del caso analizado por Martínez (2015), en el monocultivo de frutilla los propietarios de los sembríos son comuneros y la producción es para la comercialización nacional, se observa que la actividad también ha generado una reestructuración socioterritorial.

En la primera parte del texto se analizan enfoques teóricos en función del caso de estudio. A partir de estudios similares, se pretende explicar causas de la transición de cultivos tradicionales al monocultivo a pequeña escala con una proyección de crecimiento acelerado. En la segunda parte, a partir de entrevistas y conversaciones con microempresarios, asalariados y visitas in situ de la zona de estudio, se describe cómo el monocultivo se convierte en un reestructurador socioterritorial dentro de las comunidades de estudio; cómo el cambio del cultivo tradicional al monocultivo provoca usos distintos de la tierra, el territorio y de los recursos naturales, crea visiones y reflexiones sobre la productividad y rentabilidad, tensiona el uso y reproducción de valores comunitarios y crea condiciones laborales precarias. Sobre las temáticas, se presenta relatos que dan cuenta de las visiones y realidades en torno al cultivo. Al final, se muestra conclusiones en función del diálogo de las dos partes.

Apesar del avance del capitalismo agrario, 1 la actividad ganadera continúa ocupan-do la mayor parte del territorio uruguayo y la ganadería familiar tiene un rol cen-tral en la producción y las dinámicas territoriales. A partir de la introducción de la ganadería, la presencia de pastizales nativos (campo natural) imprimió tres características al territorio: la ganadería como actividad productiva dominante; el control de la tierra con marcada tendencia a la concentración; y una apropiación marginal de la tierra destinada a la subsistencia familiar o la producción de alimentos básicos de las ciudades (Alonso 1984).

Metodología

Como parte de la Red de Jóvenes Wambra Páramo, colectivo independiente preocupado por las consecuencias del cambio climático en las comunidades indígenas e interesado en construir propuestas de resiliencia, nos interesamos en investigar el cambio de las dinámicas agrícolas en comunidades del Pueblo Kayambi, sus causas y consecuencias, las tensiones que crean al interior de las comunidades y cómo las resuelven. Este interés particular en la zona de estudio se debe a que la mayor parte de los integrantes del colectivo habitamos en esta zona.

Nuestro análisis se centró en tres comunidades que se encuentran dentro del territorio Kichwa Kayambi. Dos comunidades de la parroquia González Suárez, cantón Otavalo: Caluquí y Eugenio Espejo de Cajas, y una comunidad de la parroquia Ayora del cantón Cayambe: San Isidro de Cajas. Todas estas comunidades se encuentran en el callejón interandino, entre los 2800 y 3100 metros sobre nivel del mar.

Históricamente estas comunidades fueron agrícolas y ganaderas, especialmente para la producción de leche. Actualmente esta zona ha cambiado el uso del suelo para cultivo de frutillas.

Figura 1. Mapa de ubicación de la zona de estudio

Fuente: elaboración propia.

Se identificó a los actores que participan del proceso a analizar: a) quienes están en contra del monocultivo y a favor de la producción agroecológica familiar; b) quienes están a favor del monocultivo en su calidad de comuneros y actualmente nuevos microempresarios; c) asalariados que pertenecen a la comunidad en donde trabajan; y d) asalariados que viajan de otras comunidades para trabajar.

Se realizó entrevistas directas con preguntas semi-estructuradas a un representante de la producción agroecológica de la comunidad de Caluqui, a un microempresario productor del cultivo de frutillas en la comunidad de Eugenio Espejo de Cajas y a una asalariada de la comunidad San Isidro de Cajas. Se acordó con estas personas el desarrollo de un diálogo sobre sus prácticas agrícolas actuales y aquellas que se consideran tradicionales. Durante las visitas a estas personas, se dialogó con asalariados y microempresarios que estaban presentes.

Las discusiones fueron amplias y de ellas se derivan los resultados cualitativos que se presentan en este documento sobre las causas y consecuencias del cambio de uso de la tierra y cómo se trabaja la temática al interior de las comunidades. Se realizó un contraste de resultados con estudios de (Martínez 2004, 2014 y 2015) especialmente, que si bien aborda las consecuencias de agronegocios a gran escala, colabora en profundizar el análisis del caso de los microempresarios comunitarios y los asalariados rurales comunitarios. Queda pendiente un análisis cuantitativo de la situación actual de los campesinos indígenas en esta zona del Ecuador.

Transición de cultivos tradicionales al monocultivo a pequeña escala

La historia muestra cómo los campesinos han sido blanco perfecto del poder hegemónico para que puedan legitimarse constantemente (Rubio 2014). Las estrategias neoliberales de ajuste que ocasionaron subordinación y despojo no han sido suficientes para acabar con los campesinos. Su permanencia y persistencia a pesar de las condiciones adversas es admirable, “en la gran mayoría de provincias del Ecuador la actividad agrícola, aún constituye más del 50% de las actividades económicas en la ruralidad […] la agricultura familiar provee entre el 51% y el 75% de los alimentos (Taipe et al. 2010, 26 en Lasso 2017).

Sin embargo, es necesario desarrollar estudios críticos sobre las formas de esta permanencia. Se sugiere debatir en torno a los cambios de la dinámica agrícola en comunidades indígenas, como la transición acelerada que se está experimentando de la agricultura familiar a las microempresas de monocultivos en comunidades indígenas. Encontrar las causas y consecuencias de este cambio de uso del suelo demanda un análisis sociocultural, económico y ambiental profundo.

Respecto al análisis ambiental, por ejemplo, es clave considerar los impactos que las variaciones climáticas causan en productores rurales. Sobre el tema, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), considera que las zonas rurales son y serán las más afectadas por el aumento de las temperaturas - sequías, precipitaciones extremas, inundaciones y deslizamientos de tierra, además, sostiene que disminuirá la producción alimentaria y la calidad de los alimentos (IPCC 2014; Verner 2010)y constituye la parte fi nal del Cuarto Informe de Evaluación (CIE).

En el cantón Otavalo existe una pérdida de aptitud agrícola en un 50% a 70% (DAPA y CIAT 2013), sobre todo por el aumento de la temperatura y disminución de las precipitaciones. Esto ha generado una pérdida de viabilidad de cultivos tradicionales para autoconsumo como fréjol, haba y maíz. Culturalmente las siembras están guiadas por un calendario agroecológico que establece épocas ideales para que las semillas puedan producir sus frutos. Los cambios en los patrones de precipitación y la prolongación de los rangos de sequías (Meza 2014) han ocasionado problemas y pérdidas de cultivos que motivan cada vez más el abandono de la actividad agrícola tradicional. Sin embargo, no son únicamente los aspectos ligados con lo ambiental o el cambio climático lo que ha ocasionado un abandono de los cultivos tradicionales andinos, sino que han influido en este proceso distintos factores.

Para Kay (2014), con las políticas neoliberales en América Latina en 1980, la economía y la sociedad rural experimentó una gran transformación, el paso a una “nueva estructura agraria”. Esta fue la época en la que los Estados marginaron la economía campesina, disminuyendo créditos, limitando la asistencia técnica y bajando aranceles a la importación sobre todo de alimentos. Debido a su situación y evadiendo la migración, los campesinos tuvieron que buscar nuevas formas alternativas de ingresos.

Por su parte, las políticas de liberación de tierras hicieron para los agricultores capitalistas muy rentable invertir en productos de agroexportación. lo que alimentó la concentración de la tierra, el acaparamiento y la preocupación de extranjerización de la agricultura. Esta transformación dejó, para el autor, un corolario de desplazamiento de la producción de cultivos tradicionales como trigo, maíz o papas por cultivos no tradicionales de agroexportación como soja, frutas y hortalizas, donde convirtieron a los agricultores en asalariados temporales, sin estabilidad y con sueldos bajos. Este proletariado se caracterizó por una participación de jóvenes, que ocasionó que el campo envejeciera de forma silenciosa (Korovkin 2004).

Autores como Rubio, Campana y Larrea 2008 sostienen que esta transformación ocasionó en los productores rurales de Ecuador, tanto en campesinos como pequeños empresarios, un sometimiento a la competencia desigual, imponiéndoles precios bajos sin la correSpondiente compensación de los subsidios. Esto ocasionó que los productores rurales fueran sometidos a una forma de explotación por despojo, consistente en el pago del producto por debajo no solo del valor, sino del costo de producción, con lo que los microempresarios rurales fueron arruinados y las unidades campesinas desestructuradas.

En esta misma línea de análisis, (Martínez 1984, 2014 y 2015) propone que la agricultura campesina ha sido subordinada por la agricultura empresarial, en la medida en que esta última ha logrado una desestructuración campesina en donde los agricultores han pasado a convertirse en proletariado rural, invisibilizando su rol y sus aportes a la sociedad.

Para Verner (2010), todos estos factores, la visión de inviabilidad de la agricultura para generar ingresos, así como la mirada de falta de oportunidades en el sector rural, han provocado la migración de un tercio de los jóvenes de las zonas rurales a las ciudades durante los últimos 20 años y menciona que estas estadísticas empeorarán, considerando que los cambios del clima incrementarán cada vez más los costos de cultivos y los hará cada vez “menos beneficiosos”. La pérdida de rentabilidad ocasiona que los campesinos no vuelvan a invertir en los cultivos tradicionales por falta de capital (Meza 2014)por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, siendo la única salida buscar nuevas formas de ingresos más seguras y económicamente más beneficiosas. Esta búsqueda de “formas seguras” aceleran el incremento del uso de semillas híbridas o mejoradas que, en los últimos años, están brindando al agricultor “certezas” en los monocultivos. Sin embargo, el control de estas semillas obliga al uso de grandes cantidades de fertilizantes y pesticidas que, a vista y conciencia de los campesinos, están terminando con la fertilidad de la tierra por erosión acelerada, contaminación y además ha generado una pérdida de la biodiversidad local (Bartra 2008, 135).

Por su parte, Rebaï (2018) sugiere que el declive de las prácticas colectivas y la desestructuración de los grupos campesinos se ha consolidado en función de la “modernización” agrícola que supone una especialización en determinados monocultivos, el uso de pesticidas a gran escala que matan la tierra, pero que son requeridos por los intermediarios, de quienes los agricultores se han vuelto dependientes, aun cuando hay descontento generalizado por su dominio tácito del intercambio comercial, de las necesidades del mercado, de la calidad y cantidad del producto, así como de su precio. La falta de capacidades organizativas de los campesinos, así como su ausencia de la gestión sostenible de los territorios que les pertenecen, unida a una ausencia y olvido de las autoridades, fortalecen la dependencia y los hace social, cultural y económicamente vulnerables.

Ligado con los problemas que describen Martínez (2004) y Rebaï (2018), los cultivos tradicionales se han subordinado en la medida en que la agricultura empresarial y la especialización agrícola construyen en los campesinos nuevos patrones de conducta en función de su nueva realidad. Por ejemplo, se ha incrementado la necesidad de comprar alimentos en la ciudad en lugar de producirlos, por la ocupación de sus tierras en el monocultivo.

El alimento que se compra puede ser cada vez más limitado, en función de la escasez de dinero por las costosas inversiones en los cultivos requeridos por el mercado. Los cultivos locales se desvalorizan en la medida en que los proletarios rurales construyen imaginarios de alimentos de mayor y menor jerarquía; con su salario deciden comprar “mejor comida” y cambian los patrones culturales de alimentación de sus familias y comunidades, lo que también puede repercutir en problemas de salud y nutrición.

Según Lasso (2017), en Ecuador 3,2 millones de hectáreas tienen vocación agrícola, de las cuales 1,3 millones son tierras con alta fertilidad, el 8,5% de esta tierra es productiva y sobre este espacio, en los últimos años, se ha generado una expansión de monocultivos orientados a la exportación y la industria. Si bien, como explica Martínez (2015), la introducción de empresas de agronegocios a las comunidades expande los monocultivos y provoca acaparamiento de las tierras, despojo y desterritorialización.1 Para el caso de estudio, en un contexto en que los dueños de las hectáreas de monocultivos son comuneros, ahora convertidos en pequeños microempresarios, los efectos son similares en cuanto a la pugna entre el cultivo tradicional y el monocultivo.

En otros términos, la transición de uso de la tierra para cultivos tradicionales en una lógica de agricultura familiar campesina a una lógica de microempresa de monocultivos dirigido especialmente al mercado interno, causado por motivos ambientales, sociales y económicos, provoca una reestructura socioterritorial en las comunidades, como a continuación veremos, sometiendo su economía, tensionando sus lógicas internas, sus formas de vida y acabando con sus tierras, cuyo valor es incalculable para estas comunidades indígenas, por ser el territorio donde habitan.

El monocultivo como reestructurador territorial

Antes de la configuración de nuevos microempresarios de monocultivos, en las comunidades rurales de González Suarez y Ayora, la población joven, debido a la precaria situación agrícola, estaba obligada a migrar a ciudades cercanas como Otavalo, Ibarra, Cayambe y Quito, para convertirse en asalariados de empresas florícolas, trabajar en actividades de construcción u otros servicios, los únicos que permanecían y se ratificaban en la actividad agrícola eran las personas adultas y en menor grado mujeres. Actualmente, este grupo de migrantes han acumulado capital y han decidido quedarse en la comunidad para emprener en los monocultivos de frutillas. Otras personas en el sector con el capital acumulado y con la experiencia adquirida han instalado microempresas florícolas familiares.

En las comunidades rurales de la parroquia González Suárez y Ayora, al igual que en la zona de Guaytacama donde Martínez (2015) realizó su estudio, el monocultivo ha logrado desplazar al modelo de agricultura familiar en un gran porcentaje. Existen microempresarios comunitarios que tienen entre 1 y 5 hectáreas en conjunto de monocultivo de frutillas, en tierras que antes se usaba para cultivos tradicionales como el maíz, fréjol, papas, habas, cebada y trigo. Cada vez más, la población rural en esta zona deja de ver a la agricultura familiar como un medio que le permite subsistir y mejorar sus condiciones de vida. Crean microempresas de monocultivos, subsisten de la venta de su producción y consideran que este modelo productivo es más seguro y confiable desde el punto de vista económico. Es necesario decir que en estas comunidades la agricultura familiar no ha desaparecido porque la actividad no solo está ligada con la necesidad de producir recursos económicos, sino que es un estilo de vida de las comunidades, está vinculada con su cultura e identidad. Pero no se puede negar que cada vez hay menos tierra para la agricultura familiar por la expansión del monocultivo.

El monocultivo considerado como un como modelo productivo más seguro y fiable económicamente ha generado una reestructura socioterritorial en las comunidades de estu- dio (Entrena Durán 2009, 5). Desde el cambio de panorama, pues ahora se observa en la zona de González Suárez y Ayora un paisaje invadido de plástico negro, con el que protegen la planta de frutilla, largas extensiones de tuberías que emanan de reservorios construidos para riego; elementos que hasta hace unos años atrás eran ajenos en las prácticas agrícolas de la zona.

En las comunidades de estudio, se experimentan las consecuencias de los monocultivos como la pérdida de biodiversidad y la degradación de recursos importantes como el agua. Algunos habitantes de estas comunidades comentan, por ejemplo, que en la búsqueda de agua se han visto obligados a iniciar un proyecto de perforación. Encontraron agua a una profundidad de 7 metros, que lamentablemente no fue apta para el consumo humano ya que su pH era altamente básico. Esto obligó a perforar a mayor profundidad para encontrar el agua en condiciones óptimas. Sobre el tema, Rubio explica cómo, en el caso de Paraguay, los monocultivos generaron esta degradación del agua; los agricultores denunciaron que antes conseguían agua a 10 metros y ahora tiene que perforar 20 metros (Rubio 2014, 220).

Por otra parte, el monocultivo, como veremos, ha creado dependencia a salarios en los campesinos, al punto que ha ocasionado el abandono parcial o total de sus parcelas. Algunos trabajadores han decidido abandonar las empresas florícolas de la zona para trabajar en las nuevas microempresas frutilleras, a pesar de las condiciones precarias que estas ofrecen, pues, como se verá reflejado en los testimonios recogidos, en estas microempresas no se perciben beneficios de ley, seguro social, utilidades, entre otras. Actualmente los trabajadores ni siquiera cuentan con un contrato, más bien laboran por días e incluso por horas por medio de un acuerdo verbal.

La visión de productividad y ganancias crea en los asalariados tensiones en cuanto a desplazar sus cultivos tradicionales. Estas comunidades se vuelven vulnerables, con la introducción de lógicas capitalistas de manera acelerada, provocando que los valores culturales y ancestrales corran el riesgo de desaparecer. A pesar de ello, se observa una resistencia a que estos valores desaparezcan. Frente a territorios capitalistas que se expanden, hay territorios que se mantienen en resistencia con miras a una “reterritorialización” (Herrera et al. 2018, 153; Lasso 2017).

Producto de trabajo in situ realizado con los actores identificados en la problemática, se ha recogido testimonios que permiten desarrollar cómo el modelo productivo del monocultivo ha logrado convertirse en un reestructurador socioterritorial en las comunidades de estudio; cómo el cambio del cultivo tradicional al monocultivo provoca usos distintos de la tierra, del territorio y de los recursos naturales, crea visiones y reflexiones sobre la productividad y rentabilidad, tensiona el uso y reproducción de valores comunitarios y crea condiciones laborales precarias.

Uso de tierra, territorio y recursos naturales para el monocultivo

El cultivo de frutillas, en la zona de González Suárez, se consolida a partir de 2012 inicialmente en la comunidad de Huaycopungo. Roberto Tocagón, comunero de Caluquí, presidente de la Asociación de productores orgánicos Sumak Pacha, relata:

El cultivo de frutillas se inició en la comunidad de Huaycopungo. La población de esta comunidad en su gran mayoría se dedicaba al comercio de ropa en Colombia y, al no obtener rentabilidad entre los años de 2010 y 2012, empiezan a impulsar la producción de frutillas, en forma de monocultivo. Su producción fue óptima, pero 5 años después la tierra empezó a quedar infértil por el uso de químicos. Por esta razón, decidieron abandonar las tierras infértiles y en los últimos años se han visto obligados a arrendar propiedades en otras comunidades de la parroquia, para continuar con el cultivo de frutillas (entrevista a Roberto Tocagón 2017).

El relato de Tocagón muestra que el monocultivo de frutillas es producido en un espacio de tierra por un tiempo determinado, pues causa daños irreversibles en la fertilidad del suelo. Por otra parte, se observa que el cultivo ha creado una dependencia de producción, ha obligado a los agricultores a continuar con la actividad en tierras fértiles que arriendan en otras comunidades. Así, las extensiones de tierras de este monocultivo siguen aumentando. La expansión de los monocultivos es una manera de concentración de los recursos productivos. Y, al haber mayor demanda de tierras para arriendo con el interés de incrementar la rentabilidad del negocio, esta se mercantiliza (Silvetti y Cáceres 2015).

Arrendar la tierra a un tercero es una posibilidad para los comuneros de Eugenio Espejo de Cajas, así como establecer su propia microempresa. Pero al mismo tiempo las comunidades se preguntan ¿por qué nuestras tierras son cada vez más infértiles, por qué nuestros cultivos se están perdiendo, por qué no logramos buenas cosechas? Roberto Tocagón, quien ha seguido de cerca el proceso de Huaycopungo, tiene claro que el monocultivo de frutilla que se extiende en la zona de González Suárez es lo que provoca la degradación de los suelos, sumado a una pérdida de la retención de humedad, pérdida de biodiversidad, sobre todo por el uso intensivo de químicos que el cultivo de la planta requiere y por la cantidad de agua necesaria para su cuidado.

La necesidad de fumigación constante ha provocado la inserción de empresas de venta de agroquímicos en la zona, las cuales por medio de sus asesorías hacen dependientes de sus productos a los microempresarios. Esto implica que el microempresario debe tener una disposición constante de capital para invertir en químicos necesarios para una “mejor” producción. Quienes más capital disponen pueden cumplirlo, mientras que aquellos que no disponen tienden a ser menos competitivos (Kay 2014).

Para los microempresarios de frutillas, la fumigación debe realizarse cada 15 días y solo con produc- tos de sello verde y azul. Aunque por la carencia económica muchos han tenido que recurrir a químicos de bajo costo y de alta peligrosidad como son los de etiqueta roja y amarilla (Breilh 2005). La fumigación se realiza por aspersión y goteo. Se usa 1000 litros de agua por hectárea para fertilizar (por goteo) y para la fumigación (con motor) se requiere 2000 litros. El agua para la fumigación se utiliza de quebradas o vertientes aledañas y para la fertilización se usa el agua potable o entubada de consumo humano en las comunidades. Estas microempresas están logrando concentración de agua como recurso productivo y como servicios, lo que está provocando conflictos internos en las comunidades (Rubio, Campana y Larrea 2008, 27). Dentro de la comunidad, esta discusión versa en torno al uso de un recurso comunal para beneficio particular. Es decir, tradicionalmente el agua ha sido un recurso que ha generado procesos de cohesión; su actual uso para beneficio de los micrompresarios causa en la comunidad una fragmentación, pues existe la visión de que un grupo se es beneficiado del recurso en mayor medida que otro.

Es innegable que la incorporación de monocultivos genera cambios en la visión de la tierra y del territorio. Considerando que el desarrollo del monocultivo requiere una especialización determinada en el manejo de la tierra, esta podría desplazar a los conocimientoS especializados que requiere el cultivo tradicional. Los microempresarios de Huaycopungo, por ejemplo, se han especializado desde hace varios años en el monocultivo de frutillas, posiblemente este aprendizaje se transfiera fácilmente a una o dos generaciones más. En esta comunidad no se observa un retorno al cultivo tradicional, se visualiza un panorama complejo para que las siguientes generaciones lo hagan, pues será necesario, entre otras cosas, reaprender los métodos, recuperar las semillas locales y buscar terrenos fértiles para lograr buenos cultivos. Aún con la esperanza de un reaprendizaje, hay que analizar el interés de las nuevas generaciones por hacerlo. Producto de la acumulación de capital de algunos microempresarios, muchos jóvenes han tenido la oportunidad de estudiar carreras universitarias y ahora prefieren adquirir terrenos para construir viviendas en los centros urbanos y de acuerdo con sus carreras aspiran a trabajos de oficina. De esta manera, el valor de la tierra para cultivo y para vivienda que tradicionalmente se tenía se va perdiendo.

Desde este punto de vista, se requiere que las comunidades organizadas trabajen internamente en procesos que permitan recuperar el valor social y cultural de sus cultivos tradicionales, así como de sus tierras y territorios. Pero estamos seguros de que enfrentarse solos a esta realidad permitirá que continúen con el mismo modelo y manteniéndose las mismas problemáticas, motivo por el cual es necesario el apoyo constante por parte del Estado, en la búsqueda de impulsar, junto con las nuevas actividades económicas, procesos institucionales que construyen una nueva territorialidad (Hollenstein, Ospina y Poma 2011).

Producción y rentabilidad: visiones

Para Tocagón, una salida a la degradación ambiental que provoca el monocultivo es la agroecología o la producción orgánica de la fruta, asumiendo un sistema de manejo integral. Sin embargo, asegura que es una medida cara, que requiere reducir las extensiones del cultivo y que rentablemente no es eficiente, pues el consumidor no tiene conciencia del valor de su producto orgánico. Sostiene que justamente el uso intensivo de pesticidas y la ampliación de la extensión de los mocultivos tiene que ver con la necesidad de incrementar la producción y, por ello, las ganancias. Se observa una lógica de acumulación indiscriminada de capital reforzada por la propaganda de las empresas de agroquímicos de caminar hacia una revolución verde (Meza 2014)por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

La visión de productividad ha provocado que los microempresarios, a pesar de trabajar con asalariados de la misma comunidad, vecinos, comuneros igualmente, han establecido de manera rígida las horas de trabajo diario, el horario y el pago, en muchos casos subvalorando a la mujer porque el hombre “trabaja más duro”. Carmela Sánchez, de la comunidad San Isidro de Cajas, asalariada en una microempresa frutillera, relata sobre sobre los horarios:

El horario de trabajo es desde las 07:00 am hasta las 14:00 pm, a veces hasta las 15:00 pm, en este horario el pago es de 10 dólares. Existen días que nos quedamos hasta las 16:00 pm, ahí el salario es de 12 dólares, o cuando tenemos que alzar las camas también nos pagan ese valor. En ocasiones se trabaja hasta las 12:00 pm, ahí el salario es de 8 dólares, el tiempo para el almuerzo es de 30 minutos (entrevista a Carmela Sánchez 2017).

Al respecto, Celina de la Cruz, microempresaria de frutillas de Eugenio Espejo, argumenta que “se trabaja en diferentes horarios porque cada día se realiza una labor distinta para cuidar de mejor manera la fruta considerando la producción que se quiera tener en la semana”. Argumenta:

Los días lunes y viernes nos dedicamos al cultivo y el resto de días de la semana realizamos labores de limpieza, fumigación y fertilización. El cultivo de frutillas requiere mucho cuidado porque la fruta puede dañarse [...] por cada hectárea se siembra alrededor de 100 000 plántulas de frutillas, las cuales deben producir aproximadamente 250 baldes de 20 litros cada semana; clasificada la fruta, esto significa: 50 baldes de producto especial con un costo aproximado de 17 dólares, 150 baldes entre “la primera y la segunda”, con un costo aproximado de 14 y 9 dólares respectivamente y 50 baldes de “la tercera”, con un costo de 5 dólares (entrevista a Celina de la Cruz 2017).

Roberto Tocagón considera que el monocultivo genera una visión de rentabilidad segura y es esto lo que fomenta la expansión:

El cultivo de frutilla permite mayor estabilidad económica de las familias, por esa razón prefieren producir las frutillas. Muchas veces no es rentable cultivar productos de ciclo corto porque ahora el tiempo ha cambiado, antes sabíamos sembrar de acuerdo a como está y cómo se comporta la luna, la niebla, el viento y sabíamos qué va a pasar. Ahora el tiempo ha cambiado y ya no se sabe qué va a pasar y por eso ha afectado en su mayoría a los pequeños agricultores, que pierden su producción (entrevista a Roberto Tocagón 2017).

Efectivamente los microempresarios consideran que la venta semanal de la fruta es rentable; les permite pagar a sus trabajadores semanalmente y aseguran ingresos económicos para sus familias. La rentabilidad semanal incrementa los motivos de siembra de la fruta, en detrimento de los cultivos más tradicionales que causan inseguridad de ganancias. Celina de la Cruz señala:

Para nosotros es mejor el cultivo de frutillas porque cada semana nos pagan, de esa forma tenemos ingresos económicos, sobre todo para los gastos familiares. En cambio, cuando se siembra las papas solo se percibe algún ingreso económico cada 6 meses y muchas veces se pierde porque se depende del mercado; existen ocasiones que las papas están baratas o se pierde la producción por factores climáticos como lancha, heladas o sequías (entrevista a Celina de la Cruz 2017).

Las percepciones de rentabilidad al sembrar frutillas causan tensiones en el resto de comuneros. Por ejemplo, en relatos de asalariados se observa que tienen una ilusión de que algún día puedan sembrar la fruta en sus pequeñas parcelas, sin embargo, les genera nostalgia la idea que el monocultivo sustituya a sus cultivos tradicionales:

Yo también quisiera sembrar frutillas porque veo que cada semana reciben los pagos por la venta del producto, pero ahora no puedo hacerlo porque no dispongo del capital para invertir en la siembra. Pero ahí ya no tendría espacio para sembrar productos para la comida diaria como maíz, papas, habas, de lo contrario estos productos me tocaría ir a comprar en la ciudad (entrevista a Carmela Sánchez 2017).

Si bien es cierto que la visión de rentabilidad es lo que ha motivado en mayor medida la siembra del monocultivo, también se observa que este concepto crea tensiones tanto en microempresarios como en el resto de comuneros, sobre todo con respecto a la siembra de sus cultivos tradicionales. In situ se ha observado que comprar alimentos que se puede cultivar causa vergüenza a los comuneros. Por ejemplo, comprar un dólar de choclo en tiempo de choclos no es bien visto porque refleja una incapacidad de cultivar y falta de tierras.

La nostalgia de volver o mantener el cultivo tradicional se da especialmente por motivos de identidad y arraigo sociocultural, mas no porque los consideren rentables. Si bien los cultivos tradicionales perdieron credibilidad en términos económicos, social y culturalmente son necesarios para la vida comunitaria y, desde este punto de vista, no se puede negar que el crecimiento acelerado de la de producción de frutillas amenaza con excluir y marginalizar a los pocos productores de alimentos básicos que se mantienen (Guerra 2012, 34).

El monocultivo, la comunidad y sus valores

A pesar de las paradojas que crea el monocultivo en las comunidades, es necesario visualizar que tanto microempresarios como asalariados reproducen valores comunitarios que los legitiman dentro de la comunidad como indígenas y como comuneros. Existen códigos que no se pueden violar, existen límites de lo que está bien y lo que está mal desde la visión colectiva. Aunque entre el microempresario y el asalariado exista una relación laboral, no dejan de ser comuneros, vecinos o familiares que pertenecen a una misma comunidad y pueblo indígena.

De acuerdo con relatos de los trabajadores, ellos se sienten seguros de ir a trabajar con sus vestimentas, no han experimentado discriminación como sí pudieron haberlo sentido en una florícola, en donde como indígena se encontrarían en una condición inferior. Los asalariados comentan que pueden escuchar música durante su jornada de trabajo sin ningún tipo de sanción. Los asalariados reciben la disposición de comer la fruta, los microempresarios comparten la fruta y a la mujer especialmente les entrega baldes de la fruta para que se puedan llevar a sus casas para sus hijos.

Los microempresarios proveen de alimentación a los asalariados, en muchos casos les sirven el desayuno y el almuerzo y, si la jornada es larga, refrigerios, agua o cualquier bebida puede ser solicitada de forma permanente en caso de requerirlo.

Ninguno de los trabajadores se dirige a los dueños de los cultivos como “jefes”, existe un trato informal, pues muchos de ellos son vecinos que compartieron infancia y juventud. Los horarios diversos y rígidos han hecho que los asalariados dispongan de menos tiempo para dedicarse a sus propios cultivos. Por esta razón, en algunos casos los asalariados piden “permisos” para trabajar sus propias tierras, lo cual, a pesar de la molestia que causa en los microempresarios para buscar un reemplazo, es entendido y respetado. En muchos casos, la falta injustificada es asumida por el microempresario como la necesidad urgente de tiempo para trabajar los cultivos y no supone una falta grave de modo que el asalariado puede incorporarse a su trabajo luego del tiempo requerido.

Situación laboral

Celina de la Cruz comenta que desconocen los mercados para la comercialización directa de la fruta y afirma: “Únicamente entregamos a intermediarios” y conoce además que el producto es “entregado” en provincias del oriente ecuatoriano, en Manabí, Pichincha y Guayas. Para la entrevistada, es un objetivo vender de forma directa sin intermediarios. Si no existe otro canal de comercialización, no hay duda que son los intermediarios quienes definen el ritmo de demanda y los precios de la frutilla. Si aumenta la demanda, los microempresarios se ven obligados a extender el horario de trabajo establecido y a presionar mayor productividad.

Adicionalmente, si los microempresarios quieren competir en precios dentro del mercado nacional e incrementar ganancias, están obligados a practicar la flexibilidad laboral. Para Harari (2004, 186), este es un recurso que, en la práctica, ha permitido a las empresas controlar la fuerza de trabajo mediante la rotación laboral, promover la polifuncionalidad, bajar los costos de mano de obra y poner a los trabajadores a competir entre sí. En Ecuador, la flexibilidad laboral frecuentemente es sinónimo de inestabilidad laboral y ha generado varios problemas laborales: falta de seguridad e higiene en el trabajo, la no afiliación al Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), descalificación y aumento de la carga de trabajo.

De acuerdo con las entrevistas realizadas, en los cultivos de frutillas no se percibe remuneración por horas extras y en ocasiones puede existir trabajo bajo presión. Además, señalan que, para ingresar a este trabajo, los microempresarios no les solicitaron ninguna documentación para una eventual afiliación al seguro social.

Considerando los riesgos laborales a los que los asalariados se enfrentan por manipular químicos, herramientas, etc., no han sido provistos de equipos de protección para el trabajo. Tomando en cuenta que se les paga por semana y que pueden salir y retornar en función de sus necesidades, los asalariados no son reconocidos como trabajadores permanentes, con lo cual quedan excluidos de los beneficios legales. Esto concuerda con lo mencionado por Chiriboga y Wallis (2010, 7) quienes sostienen “que el empleo agrícola asalariado es la principal fuente de ingresos para los campesinos sin tierra, y es también la actividad con más bajos niveles de remuneración”.

A pesar de que el trabajo asalariado en los cultivos de frutillas presenta síntomas agudos de precariedad (Martínez 2015), lamentablemente para algunos trabajadores esta actividad es la única que les permite obtener ingresos económicos para sus familias, sobre todo para adultos y adultos mayores. Sin embargo, en la zona de estudio en los últimos años se han constituido microempresas de producción y venta de bizcochos y comida tradicional, siendo una alternativa para los jóvenes frente a la migración laboral.

Conclusiones

En las comunidades indígenas de González Suárez y Ayora, un número creciente de comuneros que lograron acumular capital están invirtiendo en monocultivos de frutillas. Estos comuneros que se han convertido en microempresarios han cambiado el uso de la tierra desplazando a los cultivos tradicionales de la zona. El presente artículo sugiere que es el mercado por medio de la manipulación de las estructuras agroalimentarias lo que obliga a los campesinos a sustituir las producciones tradicionales por monocultivos comerciales y que este cambio es el resultado de la búsqueda de formas alternativas de ingresos por un campesinado marginado y desestructurado con políticas neoliberales.

Para el caso de análisis, argumentamos además que este cambio se ha producido por factores como el cambio climático que, en definitiva, ha establecido en los comuneros una visión de inviabilidad económica de la producción; debido a las variaciones climáticas, los campesinos dejaron de tener certezas de las cosechas y han apostado por una “modernización agrícola”. Se ha argumentado además que, si bien muchos comuneros llegan a la conclusión de que es necesario invertir en cultivos más rentables, la agricultura familiar campesina no ha muerto, pues es esencial en cuanto cumple una función social y cultural en la comunidad.

Por un lado, se plantea que la transición de uso de la tierra de cultivos tradicionales a monocultivos provoca una reestructuración socioterritorial. Por otro lado, esta variación de actividad productiva no solo cambia el modo de usar la tierra, sino que además cambia el uso que se da a los recursos naturales y al territorio, en función del progreso de la microempresa.

Por otra parte, crea visiones y reflexiones sobre la productividad y la rentabilidad, nociones clave para entender por qué se continúa con la expansión del monocultivo, por qué el campesino se ha hecho dependiente a los agroquímicos y al mercado, pues, al no existir encadenamientos productivos, la materia prima es entregada a intermediarios, aunque desearían ser comerciantes directos. Los comuneros también han experimentado un cuestionamiento sobre la práctica de sus valores comunitarios, dado que, entre otros temas, en este momento son los microempresarios de la comunidad quienes están sometiendo a sus vecinos a condiciones laborales precarias.

Considerando experiencias similares, el avance del cultivo de frutilla en las comunidades de González Suárez y Ayora desencadenaría en la pérdida de fertilidad de las tierras, lo que antes hubiese sido demandado a la empresa de agronegocios, ahora es responsabilidad de los comuneros microempresarios. Este tema llama a pensar la tierra y el territorio como un debate inconcluso, que debe potenciarse en la agenda de lucha de las organizaciones sociales, del movimiento indígena, entre otros, para asentar una ruta de trabajo que vuelva la mirada a la construcción de territorios rurales sostenibles, donde se valore la tierra, el territorio, los recursos naturales, la población y las prácticas tradicionales (Rebaï 2018).

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1 Entendido como: “[L]as estrategias de acción colectiva y las relaciones entre individuos dependen menos de la voluntad de actores sociales del territorio y cada vez más de decisiones adoptadas fuera del territorio” (Entrena Durán 1998, 3 en Martínez Godoy 2016) o como sostiene (Azam 2009 en Martínez 2002), la incorporación a la economía monetaria y mercantil de los aspectos no económicos del territorio.ˆ

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